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El significado de la Resurrección de Jesucristo para los hijos de Adán

Actualizado: 5 abr 2021

La teología de la resurrección en el «Libro de las Ofrendas» (qurbono) de la Iglesia Maronita


El original fue publicado en inglés el 4 de abril de 2021 por Syriac Christian Heritage (cortesía de: www.thehiddenpearl.org)

 

Por: Armando Elkhoury

Vice-Rector de Our Lady of Lebanon Maronite Seminary

Miembro de Maronitas.org

 
Portada del «Libro de las Ofrendas» en su texto en inglés
¿Qué significa la resurrección de Jesucristo para todos los hijos de Adán? En este artículo, exploro las nociones teológicas de la resurrección tal como se expresan en el «Libro de las Ofrendas» o Qurbono (BO[1], en su versión en inglés: Book of Offering) de la Iglesia Maronita y su efecto sobre toda la humanidad.

1. La Resurrección de Jesús


Los cuatro Evangelios no mencionan a nadie que, en realidad, haya sido testigo de la resurrección de Jesús, ni siquiera los soldados que custodiaban su tumba[2]. Sin embargo, los cuatro autores de los Evangelios sitúan unánimemente a María Magdalena y a otras mujeres ante la tumba vacía en la madrugada del domingo. Marcos relata la auténtica reacción de estas mujeres: «Entonces salieron y huyeron del sepulcro, presas del temblor y el desconcierto. No dijeron nada a nadie, porque tenían miedo» (Mc 16, 8).


Sin embargo, Marcos modifica su relato. Informa, junto con los otros escritores de los Evangelios, que Jesús se apareció primero a María Magdalena y a las otras mujeres, que luego anunciaron a los apóstoles y discípulos la resurrección de su Maestro. Al principio, no creyeron en la Buena Noticia que las mujeres proclamaban[3], pero luego lo hicieron sólo cuando Jesús se les apareció[4].


Sorprendentemente, Mateo informa de que los once discípulos seguían dudando incluso cuando veían y adoraban a Jesús resucitado[5]. La reacción de Tomás ante la noticia de la resurrección de Jesús no fue diferente a la de los demás. Su honesta respuesta ejemplifica no sólo la duda de sus compañeros apóstoles y discípulos, sino también la nuestra: «Si no veo la señal de los clavos en sus manos y no meto mi dedo en las marcas de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20, 25). Al ver a Jesús y escuchar su saludo, Tomás lo proclamó «Señor y Dios». Jesús le respondió: «¿Has creído porque me has visto? Dichosos los que no han visto y han creído» (Jn 20, 26-29).


Las apariciones de Jesús acabaron por cesar, la última de las cuales ocurrió con Pablo[6]. Y los recién llegados a la fe cristiana —como nosotros— han creído aunque no hayan visto a Jesús resucitado. Que Jesús resucitó de la tumba es un artículo de fe que no puede ser escudriñado por la mente ni probado por la filosofía o la ciencia. Sin embargo, ¿contiene el Antiguo Testamento indicios de la resurrección?


2. Tipos del Antiguo Testamento que representan la resurrección


El «Libro de las Ofrendas» contiene dos prototipos del Antiguo Testamento que representan la resurrección de Jesús. El primero es el Guerrero Divino en el libro de Isaías. El profeta representa al Guerrero Divino con ropas carmesí, con ropas rojas como quien pisa el lagar. El Guerrero Divino ha pisoteado él solo a sus enemigos en su ira, y la sangre de éstos ha salpicado sus vestiduras y ha manchado su ropa[7]. ¡Es una imagen grotesca!


El Divino Misterio Maronita interpreta que este Divino Guerrero es Jesucristo. Como si pidiera una explicación al profeta del Antiguo Testamento, la Iglesia dice:

«¡Aleluya! Ven, Isaías, y explícanos tus palabras; dinos a quién viste vestido con ropas manchadas de sangre, como quien pisa el lagar mientras hace el vino" (BO 370).

Su respuesta puesta en boca de Isaías es alta y clara:

«¡Es Cristo, el Resucitado, el Hijo de Dios!» (BO 370).

Es evidente a primera vista que la sangre mancharía las vestiduras del maltrecho Jesús: había sufrido latigazos, los soldados romanos le clavaron espinas en la cabeza, le clavaron las manos y los pies y le atravesaron el costado con una lanza.


El «Libro de las Ofrendas», sin embargo, dice lo contrario. No es la sangre de Jesús la que manchó sus ropas, sino la de sus enemigos. Así como el Guerrero Divino de Isaías aplastó él solo a sus enemigos en su ira y la sangre de éstos tiñó sus ropas, así también Jesucristo aplasta él solo a sus adversarios. Y la sangre de ellos salpica y mancha su manto.


¿Quiénes son los enemigos de Jesucristo? ¿Es el rey que ordenó su muerte? ¿Son los soldados romanos que lo clavaron en la cruz o los judíos que exigieron su crucifixión?[8] ¿Es el apóstol que lo traicionó o el que lo negó?[9] ¿Los discípulos que lo abandonaron? ¡Ninguno de ellos! Lejos de ello, pues el Verbo de Dios se hizo hombre para salvar a todos los seres humanos.


¿Quién es, pues, el enemigo de Jesucristo? ¡La muerte! La resurrección de Jesús de entre los muertos muestra que el Hijo de Dios ha pisoteado y vencido a la muerte, y la sangre que salpicó sus vestidos es la sangre de la muerte que murió. Cristo lucha contra la muerte para salvar a sus seres queridos, los hijos de Adán. El Misterio Divino afirma:

¡Aleluya! ¡Ha resucitado el Señor de los ejércitos, el Rey Todopoderoso! Cuando Isaías vio a su Señor, gritó pidiendo: «Oh Hijo de Dios, ¿quién ha teñido tus vestidos de rojo como la sangre?». Jesús respondió entonces: «He pisoteado a la misma muerte para salvar a mis seres queridos, y la sangre de la muerte vencida ha manchado mis vestidos». ¡Aleluya! Nuestro Señor ha resucitado (BO, 316).

Jonás es el segundo prototipo del Antiguo Testamento que representa la resurrección. Encargado de predicar el arrepentimiento a los ninivitas en Oriente, Jonás huyó al Oeste, a Tarsis, en un barco. Los marineros, asustados por los feroces vientos que el Señor lanzaba sobre el mar, arrojaron a Jonás por la borda. El Señor, sin embargo, envió un gran pez para que se tragara a Jonás, que permaneció en su vientre tres días y tres noches[10]. Jesús utiliza la imagen de Jonás para prefigurar su estancia en la morada de los muertos e, implícitamente, su resurrección[11]. El pez gigante que vomita a Jonás en tierra firme[12] simboliza la muerte que vomita a Jesucristo de su reino: es un símbolo de la resurrección de Cristo. En consecuencia, la Iglesia maronita, haciéndose eco de las Escrituras, enseña que Jonás trajo el arrepentimiento a los ninivitas y Jesús la redención a todo el mundo:



Jonás pasó tres días en el vientre de la ballena y dijo a una ciudad: «Vengan al arrepentimiento». Jesús pasó tres días dentro de una tumba oscura y dijo al mundo entero: "Traigo la redención" (BO, 350).

Las imágenes del Guerrero Divino y de Jonás, como se ha explicado anteriormente, representan la resurrección de Jesucristo como su victoria absoluta sobre la muerte. En consecuencia, Cristo salva y redime a sus amados mediante su muerte y resurrección.


¿Cuál es el significado de la resurrección para los seres humanos? Antes de intentar responder a esa pregunta, es útil examinar los términos del ibro del «Qurbono» que describen cómo la caída afectó a Adán después de su creación.


3. La caída de Adán


El Creador de todo, ha coronado su creación con Adán y Eva (en adelante Adán), y, todo lo que creó, es para honrarlos. En una oración dirigida al Hijo unigénito, el «Libro de las Ofrendas» afirma:

Hijo unigénito, «formaste toda la creación para honrar a Adán, imagen de tu majestad» (BO, 495).

Además, Dios abraza a Adán con su amor y sus bendiciones[13]. Adán no merece ni se ha ganado este honor, pero Dios se lo concede, pues creó a Adán a imagen del Hijo unigénito[14]. Así, al honrar a Adán, Dios Padre glorifica a Dios Hijo, imagen y sabiduría del Padre[15].


El Hacedor de todo ve que la creación es buena y coloca a Adán en el paraíso[16]. Sin embargo, el Maligno engaña a Adán para que transgreda el mandamiento de Dios. Adán cae en la trampa del Maligno en detrimento suyo y pierde el privilegio de estar en el paraíso[17].


El «Libro de las Ofrendas» describe esta transgresión con los términos tropezar y caer[18]. Las consecuencias de esta caída son nefastas: Adán es ahora esclavo de Satán y de la Muerte[19], maldito y desterrado[20] y herido[21]. Y la imagen del Hijo de Dios en Adán se distorsiona y se corrompe (ver BO 818).


Como Dios Padre es abundante en misericordia —y causa de su amor por Adán— envía a su Hijo al mundo[22] para hacer a Adán sano y feliz. Eso significa que la Santísima Trinidad quiere revertir el horrible estado en que se encuentra Adán y restaurarlo no a su estado original sino a uno mejor.


4. El significado de la Resurrección para los hijos de Adán


Sólo Jesucristo, el Guerrero Divino, entra en guerra con la muerte y la vence categóricamente. Al morir, el Hijo de Dios se enfrenta a la muerte y lleva la batalla cataclísmica final a la tumba, el dominio de la muerte. Lleva deliberadamente la guerra al territorio de la muerte, donde reina el Maligno, para pisotear tanto a la muerte como al Maligno hasta que dejen de existir y aniquilarlos de una vez por todas. El «Libro de las Ofrendas» afirma:

El Gobernante de todo fue encerrado en una tumba. Se levantó destruyendo la muerte y su oscuro reino. ¡Cristo el Rey reina para siempre! (BO, 321).

También dice:

«En un Domingo santísimo, Cristo, nuestro Salvador, resucitó verdaderamente. Venció a la muerte y a Satanás (...)» (BO, 333).

El Hijo de Dios no sólo vence a la muerte y conquista sus dominios, sino que establece su trono inconmovible también en lo que era el reino de la muerte. Así, la tumba se convierte en el reino de la vida.


El Guerrero Divino, ahora el único Gobernante de la tumba, busca a Adán en la profundidad más oscura del abismo de la muerte. Cuando finalmente lo encuentra, la muerte ha herido mortalmente a Adán, lo ha corrompido horriblemente y le ha quitado la vida. ¡Ay, pobre Adán, ya no es más!


No nos desanimemos, porque el Gobernante Divino es también el Médico Celestial[23] que, en su abundante amor, vino a Adán[24] y por el bien de la raza de Adán[25]. Como Médico y Amante de toda la humanidad, Jesucristo venda las heridas de Adán[26]. Y como Fuente de curación (véase BO, 230), el Hijo de Dios cura a Adán[27]. Y puesto que Cristo es «la Fuente de la vida, y la vida eterna había fluido de ti a los difuntos» (BO 231), da vida a Adán. El libro del «Qurbono» afirma:

«¡Aleluya! Cristo, el Hijo de María, murió; probó la muerte en la cruz. Devolvió la vida a Adán cuando bajó a los muertos. Al verlo, la Muerte tuvo miedo y perdió su corona en la lucha. En la gloria, Cristo resucitó de la muerte y nos elevó a lo alto» (BO, 366).

En consecuencia, el Hijo de Dios concede a Adán la vida eterna, liberándolo así de las garras de la muerte y de la esclavitud. En efecto,

toda la creación es liberada por la resurrección del Hijo de Dios. La muerte y Satanás han sido aplastados; Adán ya no es su esclavo (BO, 361; véase BO, 299).

En efecto, el Médico del alma y del cuerpo[28] ha vendado nuestras heridas, nos ha curado, nos ha dado la vida y nos ha liberado. En palabras del «Libro de las Ofrendas»:


«En un domingo santísimo, Cristo nuestro Salvador resucitó verdaderamente. Venció a la muerte y a Satanás, dando vida a los hijos de Adán. Que tus siervos, Señor, te alaben, porque de la muerte verdaderamente resucitaste. Que tus santos te glorifiquen, porque diste la vida a tus hijos» (BO, 333).

¿Cuál es el significado de la resurrección para nosotros, los hijos de Adán? Por un lado, el Autor de la Vida, mediante su resurrección, nos concede una nueva vida[29], salvando así a la raza de Adán[30].


Además, el Hijo de Dios renueva su imagen que Adán había deformado. En efecto, «Dios Padre envió a su Hijo para hacer nueva la imagen de Adán»[31] y restaurar su imagen gloriosa[32], pues la imagen de Adán se envejeció[33]. Dios forma de nuevo a Adán para que sea una nueva creación. El libro del «Qurbono» proclama:

«Jesucristo, nuestro Señor Dios y Salvador, nos formaste de la nada y, tras la caída de Adán, nos formaste de nuevo y nos resucitaste para ser tus hermanos» (BO, 546).

Además, Jesucristo borra la maldición de Adán y lo devuelve al Edén[34]. Por lo tanto,

«Cristo ha concedido a Adán la vida y le ha devuelto el lugar que perdió cuando pecó» (BO, 356).

La muerte sigue siendo una realidad humana. Sin embargo, no tiene la última palabra. Con los ojos de la fe reconocemos que Jesucristo, sentado en su trono en el sepulcro, nos espera para otorgarnos la vida eterna y para que estemos con él, con su Padre y con su Espíritu Santo para siempre.

«Incluso en sus tumbas los muertos se alegran mientras la creación canta» (BO 594).

Alegrémonos, pues, junto con ellos, porque Jesucristo, nuestro Señor y Dios, ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, nos ha resucitado con él y nos ha concedido la vida eterna.


 

Notas:

1. BO = Book of Offering According to the Rite of the Antiochene-Syriac Maronite Church, 2012 (i.e.: «Libro de las Ofrendas» según el rito de la Iglesia Maronita Siro-Antioquena, 2012).

2. Véase Mt 28; Mc 16; Lc 24; Jn 20.

3. Véase Mc 16, 9-1; Lc 24, 9-12.

4. Véase Marcos 16,12-14; Lucas 24,13-49; Juan 20,19-23.

5. Véase Hechos 9; 1 Cor 15, 8.

6. Véase Hechos 9; 1 Cor 15, 8.

7. Véase Mt 27, 22-23; Mc 15, 13.

8. Véase Mt 27, 22-23; Mc 15, 13.

9. Véase Mt 26; Mc 14; Lc 22; Jn 13; 18.

10. Véase Jon 1-2.

11. Véase Mt 12, 40; Lc 11, 30.

12. Véase Jon 2, 11.

13. Véase BO, 369.

14. Véase Gn 1, 26; 5, 1.3; 9, 6.

15. Véase BO, 620.

16. Véase Gn 2, 4-25; BO 533.

17. Véase Gn 3.

18. Véase BO, 651.

19. Véase BO, 361.

20. Véase BO, 610.

21. Véase BO 543.

22. Véase BO, 777.

23. Véase BO, 202.

24. Véase BO, 230.

25. Véase BO, 207.

26. Véase BO, 212.

27. Véase BO, 207, 230.

28. Véase BO, 200.

29. Véase BO, 553.

30. Véase BO, 341.

31. Véase BO, 321.

32. Véase BO, 122.

33. Véase BO, 133.

34. Véase BO, 610.

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