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#santosmaronitas
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SINAXARIÓN

DEL CALENDARIO LITÚRGICO MARONITA

b | Febrero 01

SAN EUTIQUIANO, PAPA (♰ 283)

san dimas el buen ladrón

Este Papa, originario de la Toscana, Italia, fue famoso por sus bondadosas virtudes y celo apostólico, especialmente la virtud de cuidar de los mártires. En el año 275 se sentó en el trono petrino, sucediendo al Papa Félix. Durante su época, la persecución de cristianos se intensificó, muchos de los cuales fueron martirizados, y este Papa los sepultó con sus santas manos.
Cuando apareció la herejía de Mani el persa, que creía en la existencia de Al-Hin, el dios del bien dios del mal, este Papa se levantó para combatirlo y detener su propagación.

Gobernó la Santa Sede durante ocho años con celo incansable. Murió en Roma un año después.
Su oración con nosotros. Amén.

Fuente: maronitas.org

Otros Santos para hoy

SAN FIONO (PIONIO), MÁRTIR (♰ 167)

san dimas el buen ladrón

Fiono fue un presbítero de Esmirna y un genuino heredero del espíritu de san Policarpo. Hombre elocuente e ilustrado, convirtió a muchísimos a la verdadera fe. Durante la persecución de Decio (249 - 251), o quizás la de Marco Aurelio (161-180), fue aprehendido, junto con Sabina y Asclepíades, al estar celebrando el aniversario de la fiesta del martirio de san Policarpo.

Fiono fue prevenido en un sueño de su inminente destino. En la mañana, cuando los cristianos estaban tomando el «pan santo» (probablemente la «acción de gracias» -eucharistía- bendecida y distribuida en la misa) con agua, fueron sorprendidos y apresados por Polemón, el sacerdote principal del templo. Durante largos interrogatorios, resistieron todas las solicitaciones para que ofrecieran sacrificios, y manifestaron que estaban prestos a sufrir los peores tormentos y aun la muerte, antes que ceder; declararon que adoraban a un solo Dios y que pertenecían a la Iglesia Católica.

Cuando le preguntaron a Asclepíades a cuál Dios adoraba, respondió «a Jesucristo». Polemón dijo: «¿es ese otro Dios?» Asclepíades respondió: «No; es el mismo Dios a quien acaban de confesar», clara declaración en esta época primitiva de la consubstancialidad de Dios Hijo. Sabina sonrió al oír las amenazas de que serían todos quemados vivos. Los paganos dijeron: «¿sonríes? Entonces serás enviada a los lupanares públicos». Ella contestó: «Allí Dios me protegerá».

Fueron encarcelados y pidieron que los pusieran en el calabozo menos accesible para poder orar con más libertad. Por la fuerza fueron arrastrados al templo y se hubo que utilizar la violencia para obligarlos a ofrecer sacrificios. Resistieron con todas sus fuerzas, al grado de que, como las actas del martirio relatan, «se necesitaron seis hombres para subyugar a Fiono».

Cuando les colocaron guirnaldas en la cabeza, los mártires se las arrancaron; y el sacerdote que tenía la obligación de llevarles el manjar sacrificial tuvo miedo de acercárseles. Su constancia reparó el escándalo causado por Eudemón, obispo de Esmirna, que había apostatado y ofrecido sacrificios. Cuando el procónsul Quintiliano llegó a Esmirna, hizo que pusieran a Fiono en el potro y que su cuerpo fuera desgarrado con garfios, y luego lo condenó a la muerte. La sentencia se leyó en latín: «Fiono confiesa ser cristiano, y ordenamos que se le queme vivo».

Con ardorosa fe, Fiono fue el primero en apresurarse para ir al estadio (campo público de carreras), y ahí se despojó de sus vestiduras. Su cuerpo no mostraba ninguna señal de la reciente tortura. Subió a la tarima de madera, dejó que el soldado fijara los clavos, cuando estuvo bien sujeto, el oficial que presidía dijo: «todavía puedes reflexionar y arrepentirte y se te quitarán los clavos». Pero él contestó que su deseo era morir pronto para que más pronto pudiera resucitar de nuevo.

De pie y mirando hacia el oriente, mientras amontonaban a su alrededor la leña, Fiono cerró los ojos, de modo que la gente creyó que se había desmayado. Sin embargo, estaba rezando en silencio, y una vez que llegó al fin de su oración, abrió los ojos y dijo «Amén», con el rostro radiante, mientras las llamas se elevaban a su alrededor. Por fin con las palabras «Señor, recibe mi alma», entregó su espíritu, tranquilamente y sin dolor, al Padre que ha prometido guardar a toda alma injustamente condenada.

Todo lo anterior parece el relato de un testigo ocular, quien añade que, cuando el fuego se apagó, «los que estábamos allí cerca vimos su cuerpo como si fuera el de un robusto atleta; ni los cabellos, ni las mejillas estaban chamuscados, y su rostro resplandecía asombrosamente».

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