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SINAXARIÓN
DEL CALENDARIO LITÚRGICO MARONITA

e | Mayo 27

SAN AGUSTÍN DE CANTERBURY, OBISPO (♰ 604/605)

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San Agustín de Canterbury fue un monje benedictino que se convirtió en el primer arzobispo de Canterbury en el año 597. Es considerado el apóstol de los ingleses pues fue el fundador de la Iglesia cristiana en el sur de Inglaterra. Nació el primer tercio del siglo VI y murió probablemente el 26 de mayo de 604.

San Agustín nació en Roma, Italia. Cuando creció, se convirtió en un monje. Años más tarde fue nombrado abad del monasterio de San Andrés en Roma.

También es conocido como San Agustín el Menor, para distinguirlo de su ilustre homónimo de Hipona. Agustín fue elegido por el Papa Gregorio el Grande, así como otros cuarenta monjes más, como líder de la misión enviada desde Roma para la evangelización del pueblo de Inglaterra

Abad Agustín y los monjes comenzaron en su viaje por las islas británicas. Cuando llegaron al sur de Francia, la gente les advirtió que el grupo denominado los celtas en Inglaterra eran muy feroces. Los monjes se sintieron muy desanimados y asustados por esta advertencia.

Los Monjes, pidieron a San Agustín de Canterbury de que escribiera al Papa y le pidiera permiso para renunciar a la idea. Lo hizo, pero el Papa no cambiaría de opinión.

Dijo que el pueblo de Inglaterra estaba muy dispuesto a aceptar la fe cristiana. Los monjes tuvieron entonces que ir a Inglaterra por obediencia.

La conversión de un reino
Los misioneros fueron bien recibidos por el rey Etelberto cuya esposa era una princesa cristiana de Francia. Cuando aterrizaron, los monjes formaron una procesión y caminaron por todo lo largo cantando salmos.

Llevaban una cruz y una imagen de nuestro Señor. Muchas personas recibieron el mensaje de los monjes. El propio rey Etelberto fue bautizado el día de Pentecostés, en el 597 y muchos de sus súbditos se convirtieron a la fe cristiana.

San Agustín se convirtió en obispo en ese mismo año. Fue el primer arzobispo de Canterbury, Inglaterra.

San Agustín de Canterbury escribió con frecuencia al Papa para pedirle consejo sobre la evangelización, y el Papa San Gregorio, siempre dispuesto, le dio muchos santos consejos.

Milagros de San Agustín
Cuando se corrió la voz de que San Agustín de Canterbury estaba sanando a los enfermos y realizar curaciones milagrosas, muchas personas acudieron a su monasterio y cuando el Papa Gregorio se enteró de esto, le dio la siguiente recomendación a Agustín:

"Usted debe regocijarse de miedo, temor y alegría por ese regalo. Debe estar feliz de que a través de los milagros que se están obrando, todo el pueblo Inglés se está convirtiendo.

Pero debe tener mucho cuidado del orgullo y la vanidad, porque los milagros fueron realizados por Dios a través de usted."

San Agustín de Canterbury trabajó incansablemente por lograr la paz entre los celtas y la Iglesia de Roma. Aunque no pudo establecer su uniformidad deseada de la liturgia y las prácticas entre ellos

En Canterbury, San Agustín construyó una iglesia y un monasterio, que se convirtió en el más importante de Inglaterra.

San Agustín murió siete años después de su llegada a Inglaterra, el 26 de mayo, era el año 605

En los ocho años que San Agustín de Canterbury vivió entre las tribus de Inglaterra, su misión de transformación creció lentamente, pero él nunca vaciló en impartir la enseñanza del amor salvífico de Jesucristo.

Fuente: maronitas.org

Otros Santos para hoy

SAN JUAN I, PAPA (♰ 526) | SANTA TEODORA DE TIRO (♰ ca. 307)

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SAN JUAN I

Juan I nació en Toscana, quizás en la zona de Siena o Aretino, de un terrateniente llamado Constancio. Se convirtió en Papa en 523, y no se sabe mucho de su Pontificado: parece que contribuyó a la ampliación y embellecimiento de algunas basílicas romanas en la via Ardeatina y en la via Ostiense gracias a la generosidad del emperador Justino I. Juan, mantuvo muchos vínculos con las Iglesias orientales.

El contexto histórico

Juan sucede al Papa Ormisda, que tiene el mérito de haber puesto fin al cisma entre Roma y Constantinopla, en colaboración con el emperador romano de Oriente Justino I, tío de Justiniano. El cisma estalló en 484 a causa del Henoticon: un "instrumento de unión" de la fe promulgado por el Emperador Zenón y el Patriarca de Constantinopla Acatías, por medio del cual se buscaba superar las controversias entre la fe católica y la herejía monofisita, que propugnaba una sola naturaleza de Jesucristo: la divina. El nuevo Papa, tuvo que enfrentarse sobre todo al arrianismo, que afirmaba que la naturaleza divina del Hijo era inferior a la del Padre. Los godos, de hecho, que entonces reinaban en Italia, y su rey Teodorico, eran partidarios de la fe arriana.

El drama de Teodorico

La cuestión religiosa en ese periodo histórico está fuertemente entrelazada con la cuestión política. Por ejemplo, el emperador Justino I de Oriente, por su gran celo hacia los católicos promulgó un edicto muy estricto contra los arrianos de Oriente, obligándolos a abjurar y devolver a los católicos las iglesias ocupadas y los bienes confiscados durante las invasiones. También les prohibió ser admitidos en cualquier encargo civil o militar. Teodorico estaba dispuesto a aceptar estas disposiciones: es cierto que reinaba en otra región, pero no podía admitir que sus correligionarios fueran sometidos a tal maltrato, dondequiera que eso ocurriera. Su irritación también aumentó porque en su reino él había hecho muchas concesiones a los católicos.Además, el acercamiento entre Constantinopla y la Santa Sede le causaba mucho temor. Luego, en 524, organizó una delegación para ser enviada a Constantinopla, de la que formaban parte los legados romanos, pero también algunos obispos como el de Fano, Ravena y Capua, y obligó al Papa Juan I a dirigirla. El objetivo era, obviamente, iniciar las negociaciones.

El viaje a Constantinopla

Juan ya es anciano y el viaje al Oriente es largo, pero si esto es lo que el Señor quiere de él, se pone en marcha sin demora. El Pontífice, de hecho, teme que su negativa pueda significar represalias contra los católicos de Roma, también porque Teodorico concedió la libertad de culto, pero al alto costo de imponer fuertes impuestos sobre el clero y privándolos de muchas inmunidades de las que habían disfrutado anteriormente. En particular, Juan advierte que Teodorico tiene la esperanza que él tenga éxito en obtener la revocación del edicto que impedía a los convertidos al catolicismo de regresar al arrianismo.

Cuando llegó a Constantinopla, Juan I fue recibido con todos los honores, fue él quien celebró la Navidad y la Pascua y también obtuvo algunas concesiones para los arrianos, pero no todas las que el rey de los godos había pedido. Cuando regresó a Roma, Teodorico, enfurecido, lo mantuvo encerrado en la prisión de Ravena, donde murió poco después: era el año 526. Luego sus reliquias fueron trasladadas a la Basílica de San Pedro, donde es venerado como mártir de la fe.

Fuente: Vatican News


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SANTA TEODORA DE TIRO

Entre los mártires de Palestina, a los que Eusebio de Cesarea conoció personalmente y cuyos sufrimientos describió, se cuentan dos, cuya tierna edad impresionó especialmente al escritor. Uno era Apiano, joven de veinte años y la otra era una muchacha de dieciocho años, llamada Teodosia.

Apiano había nacido en Licia y había estudiado en la famosa escuela de Berytus de Fenicia, donde se había convertido al cristianismo. A los dieciocho años se fue a vivir a Cesarea. Poco después, el gobernador de la ciudad recibió la orden de exigir que todos los habitantes ofreciesen sacrificios públicos. Al tener noticia de ello, Apiano, sin comunicar a nadie sus planes -«ni siquiera a nosotros», dice Eusebio, que vivía entonces con él-, se dirigió al sitio en que el gobernador Urbano estaba ofreciendo sacrificios y logró llegar hasta él, sin que los guardias lo advirtiesen. Tomando a Urbano por el brazo, le impidió ofrecer el sacrificio y clamó contra la impiedad que cometía quien abandonaba el culto del verdadero Dios para adorar a los ídolos. Los guardias se lanzaron sobre Apiano y le molieron a puntapiés; después le arrojaron en un oscuro calabozo, donde pasó veinticuatro horas con apretados grilletes en los tobillos. Al día siguiente tenía el rostro tan hinchado, que era imposible reconocerle. El juez mandó desgarrarle con garfios hasta los huesos, de suerte que las entrañas del santo quedaron a la vista. A todas las preguntas respondía de la misma manera: «Yo soy siervo de Cristo». Después se le aplicaron en las plantas de los pies lienzos mojados en aceite hirviente; pero, por más que le quemaron hasta los huesos, no consiguieron vencer su constancia. Cuando los guardias le decían que ofreciese sacrificios a los dioses, Apiano respondía: «Yo confieso al Cristo, el Dios verdadero que es uno con el Padre». Al ver que no flaqueaba en su resolución, el juez le condenó a ser arrojado al mar. Inmediatamente después de ejecutada la sentencia, ocurrió un milagro que, según dice Eusebio, tuvo lugar en presencia de toda la población, ya que un violento temblor arrojó a la playa el cuerpo del mártir, a pesar de que los verdugos le habían atado al cuello losas muy pesadas.

Teodosia parece haber sido también martirizada durante la persecución de Maximino. Eusebio describe así su triunfo: «A los cinco años de persecución, el ... cuarto día después de las nonas de abril, que era la fiesta de la Resurrección del Señor, llegó a Cesarea una joven muy santa y devota, llamada Teodosia, originaria de Tiro. Teodosia se aproximó a unos prisioneros que estaban esperando la sentencia de muerte delante del pretorio, con la intención de saludarles y, probablemente también, de pedirles que no la olvidasen al llegar a la presencia de Dios. Los guardias cayeron sobre ella como si hubiese cometido un crimen y la arrastraron ante el presidente, quien se dejó llevar por la crueldad y la condenó a terribles tormentos; los verdugos le desgarraron los costados y los pechos hasta dejar los huesos al descubierto. La mártir respiraba todavía y su rostro reflejaba una deliciosa sonrisa, cuando el presidente mandó que la arrojasen al mar».

Este relato está tomado de Los Mártires de Palestina de Eusebio. Han llegado hasta nosotros dos versiones, que pueden verse en la edición de E. Grapin en la colección Temes et Documents pour l'Etude historique du Christianisme, vol. III, pp. 183-227. Ver también Analecta Bollandiana, vol. XVI (1897), pp. 122-127.

Fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, s.j.

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