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SINAXARIÓN

DEL CALENDARIO LITÚRGICO MARONITA

f | Junio 24

NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA

san dimas el buen ladrón

No hay ningún otro santo del que la Iglesia celebre el nacimiento y la muerte, como celebra los de Jesús, el Hijo de Dios (25 de Navidad y Viernes Santo) y la Virgen María (8 de septiembre y 15 de agosto).

Normalmente sólo se celebra el "nacimiento al cielo". Pero el propio Jesús dijo de Juan: "En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no hay otro mayor que Juan el Bautista" (Mt 11,11). Último de los grandes profetas de Israel, primer testigo de Jesús, iniciador de un bautismo para el perdón de los pecados y, en este contexto, bautista de Jesús; mártir por defender la ley judía.

Ya en el siglo IV encontramos conmemoraciones litúrgicas de San Juan Bautista en fechas diversas. La del 24 de junio se fija según el Evangelio de San Lucas, 1,36a, cuando se dice que Isabel estaba ya en "su sexto mes"; por tanto, seis meses antes de la Navidad. Desde el siglo VI esta fiesta tiene una Víspera.

El 24 de junio de 2012, con ocasión de esta fiesta, el entonces Papa Benedicto XVI afirmó que el ejemplo de San Juan Bautista, llama a los cristianos “a convertirnos, a testimoniar a Cristo y anunciarlo a tiempo y contra el tiempo”.

En sus palabras previas al rezo del Ángelus, recordó la vida de San Juan Bautista e indicó que “si se excluye la Virgen María, el Bautista es el único santo de quien la liturgia festeja el nacimiento, y lo hace porque está estrechamente relacionado con el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios”.

“Desde el seno materno, en efecto, Juan es el precursor de Jesús: su prodigiosa concepción es anunciada por el Ángel a María como signo de que “nada es imposible a Dios”.

Benedicto XVI recordó que “el padre de Juan, Zacarías, marido de Isabel, pariente de María, era sacerdote del culto judío. Él no creyó enseguida al anuncio de una paternidad ya inesperada y por este motivo quedó mudo hasta el día de la circuncisión del niño, al cual él y su mujer le dieron el nombre indicado por Dios, es decir Juan, que significa ‘el Señor hace gracia’”.

“Animado por el Espíritu Santo, Zacarías habló así de la misión del hijo: ‘y tú niño serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor preparando sus caminos, para hacer conocer a su Pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados’”.

Explicó que “todo esto se manifestó 30 años después, cuando Juan bautizaba en el río Jordán, se puso a bautizar, llamando a la gente a prepararse, con aquel gesto de penitencia, a la inminente venida del Mesías, que Dios le había revelado durante su permanencia en el desierto de Judea”.

“Cuando un día, desde Nazaret, viene Jesús mismo para hacerse bautizar, Juan primero rechazó, pero luego aceptó, y vio el Espíritu Santo posarse sobre Jesús y oyó la voz del Padre celeste que lo proclamaba su Hijo”.

El Santo Padre explicó que la misión de San Juan Bautista no se había cumplido hasta entonces, pues “poco tiempo después, se le pidió que anticipara a Jesús también en la muerte violenta. Juan fue decapitado en la cárcel del rey Herodes y así dio pleno testimonio del Cordero de Dios, a quien él, primero que todos, había reconocido e indicado públicamente”.

Benedicto XVI también recordó que "la Virgen María ayudó la anciana pariente Isabel a llevar hasta el último la concepción de Juan". "Ella ayude a todos a seguir a Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, que el Bautista anunció con gran humildad y ardor profético", concluyó.

Otros Santos para hoy

SS. JUAN Y FESTO, MÁRTIRES EN LA VIA SALARIA (s III)

san dimas el buen ladrón

Pocas son las noticias sobre la vida de estos dos mártires romanos, recordados juntos probablemente en el día de su muerte. A pesar de la falta de información detallada disponible sobre sus vidas, se cree que perdieron la vida en la Vía Salariana en el siglo III d.C. Durante este periodo, los cristianos de todo el Imperio Romano se enfrentaron a una persecución generalizada, y Juan y Festo mostraron un valor inquebrantable al mantenerse firmes en su fe. Su martirio se ha convertido en un símbolo icónico de la fuerza y resistencia del espíritu cristiano, incluso ante la adversidad.

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