Cipriano nació hacia el año 210 en la ciudad de Cartago en el seno de una rica familia pagana. Adquirió una alta cultura hasta convertirse en un gran filósofo y un elocuente orador, disfrutando de su estatus entre los notables y grandes. El mundo le sonrió, por lo que al principio vivió una vida pagana, dando rienda suelta a los deseos del cuerpo, se casó, tuvo hijos y comenzó a entregarse a las glorias y vanidades del mundo.

Pero Dios quería que le sirviera.
Fue guiado a la fe en Cristo por el sacerdote Cecilio. Entonces él y su familia fueron bautizados. En aquel tiempo Cipriano entregó a su mujer y a sus hijos al cuidado del sacerdote Cecilio, dejándoles suficiente comida para ellos, y éste vendió el resto y lo repartió entre los pobres, sacrificándolo todo al Señor Jesús. Se dedicó a leer la Santa Biblia y los escritos de los Santos Padres, contemplándolos y alimentando su mente.

El obispo de Cartago lo ordenó sacerdote. Entonces comenzó a enseñar y guiar con sus sermones, escritos y buenos ejemplos. En el año 248 murió el obispo de Cartago y el pueblo lo eligió como su sucesor. Era un padre compasivo con el pueblo, un celoso pastor de su rebaño, un generoso benefactor de los necesitados y un audaz defensor de la religión y las ovejas de su rebaño.

Cuando la persecución de los cristianos se reanudó por orden de Decio César, Cipriano hizo un gran esfuerzo para mantenerlos firmes en la fe.

Cuando murió el rey Decio, la persecución se calmó y Cipriano regresó a su trono, liberó a muchos del cautiverio y visitó a los enfermos y a los infectados por la peste, consolándolos.

La persecución volvió por orden del opresivo Alrianus, por lo que el santo fue desterrado de la ciudad, por lo que vivió con un clero en un jardín cercano, y se negó a alejarse de su rebaño, diciendo: “Si muero como mártir entre ustedes, es una garantía para conservar vuestra fe."

Permaneció persistente en su fe y actos de celo hasta que los paganos y se quejaron de él y el gobernador se lo llelvó. Fue condenado a decapitación fuera de la ciudad. Su martirio fue en el año 258.

Dejó a la Iglesia muchas obras valiosas en teología, literatura y maravillosas cartas que fueron admiradas por los padres y filósofos, especialmente San Agustín. Por eso la Iglesia lo llama su gran maestro y mentor. Entre sus célebres palabras: “Dios no es padre de quienes no tienen a la Iglesia como madre”.

Sus oraciones están con nosotros. Amén.


Fuente: maronitas.org