top of page
#santosmaronitas
#santosmaronitas

SINAXARIÓN

DEL CALENDARIO LITÚRGICO MARONITA

l | Diciembre 09

SAN JUAN DIEGO, VIDENTE DE LA VIRGEN DE GUADALUPE (♰ 1548)

san dimas el buen ladrón

San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, fue el primer santo indígena católico de las Américas. Nativo de la ciudad de México, a San Juan Diego se le concedió la milagrosa aparición de la Virgen María de Guadalupe en cuatro ocasiones distintas en diciembre de 1531 en el cerro del Tepeyac, en las afueras, pero ahora dentro del área metropolitana de la Ciudad de México.

El 09 de Diciembre celebramos la fiesta de san Juan Diego Cuauhtlatoatzain, de la estirpe indígena nativa, varón provisto de una fe purísima, de humildad y de fervor, que logró que se construyera un santuario en honor de la Bienaventurada María Virgen de Guadalupe en la colina de Tepeyac, en la ciudad de México, lugar donde se le había aparecido la Madre de Dios.

Biografía de San Juan Diego.
San Juan Diego, vidente de Nuestra Señora de Guadalupe, y que en 1990 San Juan Pablo IIlo llamó "el confidente de la dulce Señora del Tepeyac", según una tradición bien documentada nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas.

Se llamaba Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba "Águila que habla", o "El que habla con un águila"

Ya adulto y padre de familia, atraído por la doctrina de los PP. Franciscanos llegados a México en 1524, recibió el bautismo junto con su esposa María Lucía.

Celebrado el matrimonio cristiano, vivió castamente hasta la muerte de su esposa, fallecida en 1529.

San Juan Diego fue un hombre de fe, fue coherente con sus obligaciones bautismales, nutriendo regularmente su unión con Dios mediante la eucaristía y el estudio del catecismo.

La aparición de la Virgen de Guadalupe.
El 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo una aparición de María Santísima, que se le presentó como la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios.

La Virgen le encargó a San Juan Diego que en su nombre pidiese al Obispo capitalino el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una iglesia en el lugar de la aparición. Y como el Obispo no aceptase la idea, la Virgen le pidió que insistiese.

Al día siguiente domingo, San Juan Diego volvió a encontrar al Prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas en confirmación del prodigio.

El 12 de diciembre, martes, mientras el Beato se dirigía de nuevo a la Ciudad, la Virgen se le volvió a presentar y le consoló, invitándole a subir hasta la cima de la colina de Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella.

No obstante la fría estación invernal y la aridez del lugar, Juan Diego encontró unas flores muy hermosas. Una vez recogidas las colocó en su tilma y se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al Sr. Obispo como prueba de veracidad.

Una vez ante el obispo el Beato abrió su tilma y dejó caer las flores, mientras en el tejido apareció, inexplicablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde aquel momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México.

El Beato, movido por una tierna y profunda devoción a la Madre de Dios, dejó los suyos, la casa, los bienes y su tierra y, con el permiso del Obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la Señora del Cielo.

Su preocupación era la limpieza de la capilla y la acogida de los peregrinos que visitaban el pequeño oratorio, hoy transformado en este grandioso templo, símbolo elocuente de la devoción mariana de los mexicanos a la Virgen de Guadalupe.

Vida dedicada a la oración y la penitencia.
En espíritu de pobreza y de vida humilde, San Juan Diego recorrió el camino de la santidad, dedicando mucho de su tiempo a la oración, a la contemplación y a la penitencia.

Dócil a la autoridad eclesiástica, tres veces por semana recibía la Santísima Eucaristía.

San Juan Diego pasó el resto de su vida dedicado a la difusión del relato de las apariciones entre la gente de su pueblo, fue un laico fiel a la gracia divina, y gozó deuna alta estima entre sus compañeros que muchos de ellos acostumbraban a decir a sus hijos:

"Que Dios les haga como Juan Diego"

Circundado de una sólida fama de santidad, murió en 1548. Su memoria, siempre unida al hecho de la aparición de la Virgen de Guadalupe, ha atravesado los siglos, alcanzando la entera América, Europa y Asia.

Beatificación y Canonización.
El 6 de mayo de 1990, en esta Basílica, San Juan Pablo II presidió la solemne celebración en honor de Juan Diego, decorado con el título de Beato.

Precisamente en aquellos días, en esta misma arquidiócesis de Ciudad de México, tuvo lugar un milagro por intercesión de Juan Diego.

Con él se abrió la puerta que ha conducido a la actual celebración, que el pueblo mexicano y toda la Iglesia viven en la alegría y la gratitud al Señor y a María por haber puesto en nuestro camino al Beato Juan Diego, que según las palabras de San Juan Pablo II:

"Representa a todos los indígenas que reconocieron el evangelio de Jesús".

San Juan Diego fue canonizado el 31 de julio de 2002 por San Juan Pablo II, quien viajó a Ciudad de México para presidir la ceremonia.

Otros Santos para hoy

SAN FRANCISCO DE PAULA, ERMITAÑO (1416-1507)

san dimas el buen ladrón

Nació en Paola (Cosenza) en la región de Calabria, al sur de Italia, el día 27 de marzo del año 1416. Sus padres eran Santiago Alejo, el “Martolilla” y Vienna de Fuscaldo, muy modestos, pero muy religiosos. Ambos eran muy mayores y atribuyeron el nacimiento de su hijo a la intercesión de San Francisco de Asís y es por eso por lo que le llamaron Francisco. Como era lógico, lo educaron cristianamente.

De acuerdo con una promesa que hicieron cuando el niño nació, con doce años lo llevaron al convento de los Frailes Menores Conventuales de San Marco Argentano (Cosenza) para que durante un año estuviese al servicio de la comunidad. La estancia de Francisco en el convento le hizo madurar espiritualmente, manifestando su inclinación a la oración y a las obras de piedad. Sus biógrafos resaltan sus primeras manifestaciones sobrenaturales durante su estancia en el convento, las mismas que harán de él un auténtico taumaturgo del siglo XV. Por ejemplo, cuentan que estando en misa en la Iglesia al mismo tiempo estaba preparando la mesa del refectorio del convento (bilocación); en otra ocasión puso a cocer unas legumbres en una olla y se fue a rezar a la Iglesia, entró en éxtasis, el fuego quemó la olla, pero las
legumbres no se estropearon; y en otra, teniendo que poner unos carbones encendidos en un incensario, fue a la cocina a coger el fuego, lo llevó en su túnica y esta no salió ardiendo. Y cuentan muchísimas más anécdotas. Ante todo esto, los frailes no querían que se fuera cuando pasó el año de servicio, pero él pensando que Dios lo quería para otros menesteres, se marchó a su casa. Sin embargo, era tal la fama que tenía en el convento que el propio obispo don Luís Imbriaco, fue al convento para conocerlo personalmente y conversar con él antes de que marchara a casa.

En el año 1429 fue con sus padres en peregrinación a Asís, pasando por Montecassino, Loreto, Monteluco y Roma. Allí en Roma se turbó profundamente al encontrarse por las calles con un lujoso cortejo se cardenales, montados en carrozas tapizadas de terciopelo y escoltados por sirvientes vestidos de librea. Tanto le impresionó, que se acercó a las carrozas y le dijo a uno de los cardenales que aquello era contrario al evangelio y que si no se acordaban de Jesús montado en un borrico. Aunque el cardenal Julián Casarini se justificó, él no quedó convencido y este episodio lo hizo reflexionar e influyó poderosamente en su futuro. Al volver a su pueblo, con apenas trece años, abandonó a sus padres y se retiró a un campo de la familia para hacer vida de eremita. Su modo de vida era similar a la de los antiguos anacoretas de la zona de Mercurión, al norte de su pueblo: oración, ayuno continuo, mortificaciones corporales, trabajo y vida contemplativa y así estuvo hasta que cumplió los diecinueve años.

Pronto se le acercaron otras personas que querían llevar su mismo modo de vida y así se formó una primera comunidad de doce miembros que empezaron a llamarse “Ermitaños de Fray Francisco”. Con el consentimiento del obispo de Cosenza, construyeron celdas individuales para cada uno y una iglesia, a la que posteriormente, le añadieron un claustro. Aquel complejo se constituyó en Casa Madre o proto-convento del nuevo Instituto, que cogió el método de vida de las órdenes mendicantes. Cuando murió su madre en el año 1450, su propio padre entró a formar parte de la nueva comunidad fundada por su hijo y allí estuvo hasta su muerte.

Como los locales se les quedaban pequeños, tuvieron que construir otros más grandes y se cuenta que durante la construcción, por la celeridad de las obras se demostraron algunos hechos milagrosos. De hecho, hoy en día a este primer convento se le conoce como “el convento de los milagros”. Y se cuenta que los mismos milagros ocurrieron durante la construcción de los conventos de Paternò, Corigliano y Spezzano della Sila. Su fama de taumaturgo se extendía por toda Italia, ya que curaba paralíticos, leprosos, ciegos y hasta llegó a resucitar a su sobrino Nicolás, hijo de su hermana Brígida.

Denunciaba la malversación de los bienes que hacían algunos poderosos, iba por los pueblos pidiendo justicia para los pobres, los ayudaba a todos, a los trabajadores, a los que eran explotados, a los perseguidos, a todos. Escribió algunas cartas a un benefactor suyo, Simón Alimena de Montalvo, manifestándole sus sentimientos ante la triste situación social de las gentes de los pueblos. O sea, en el siglo XV, se mostró muy preocupado por las cuestiones sociales. Llegó a levantar su voz contra el mismísimo rey de Nápoles, Ferrante de Aragón.
Este intentó hacerlo callar, primero por las buenas, pero después a la fuerza. Le amenazó con destruir los conventos de la Orden con el pretexto de que no tenían la preceptiva autorización real y así, envió a sus soldados a Paola para asediar el proto-convento y coger a Francisco
como prisionero. El se escapó de forma milagrosa, volviéndose invisible mientras rezaba en la Iglesia. Los soldados se volvieron a Nápoles, le contaron al rey lo que había ocurrido y se dieron por vencidos ante el sentimiento de veneración que todos sentían por Francisco.

Como la fama de Francisco se extendía, llegó hasta Sicilia y lo invitaron a fundar un convento en Milazzo. El consintió e inició el viaje en el año 1464. Llegaron a Catona, en la costa de Calabria y le dijeron a un barquero llamado Pedro Colosa, que por amor de Dios lo llevara a Sicilia. El barquero se negó y él extendió su manto sobre las aguas del mar, con un extremo del manto amarrado a su bastón, haciendo como una vela, se montaron encina y atravesaron el mar, desembarcando en Messina. No es leyenda; esto fue visto por muchísima gente, entre ellos el barquero y su hijo y se propagó por toda Italia. Este milagro se ha representado en multitud de pinturas.

Al volver de Sicilia le esperaba una noticia: el Papa Pablo II, informado de su vida y de sus milagros, hizo abrir una investigación encargándosela, a un prelado de su confianza, el genovés Jerónimo Adorno, el cual fue a Paola para hablar directamente con Francisco.
Cuando se encontraron, el obispo hizo el gesto de besarle la mano, pero Francisco le dijo: “Por caridad, Monseñor, soy yo quién debo besar las suyas consagradas hace treinta y tres años”. Esta respuesta maravilló al obispo y exhortó al santo a mitigar el rigor de la Regla. El le dijo:
“No tema, Monseñor, a quien ama y sirve a Dios con corazón sincero, todo le será posible. Toda criatura ha de ser dócil en cumplir la voluntad del Creador”. La investigación fue favorable a Francisco, pero el Papa murió en el 1471 y no tuvo tiempo de aprobar canónicamente la Regla, que fue aprobada por el arzobispo Pirro Caracciolo con una Bula de 1471 llamando a la Orden “Congregación de los Hermanos Ermitaños de Francisco de Paola”. El nuevo Papa, Sixto IV, antes de aprobar la Orden ordenó una nueva investigación, que llevó a cabo el obispo Godofredo de Castro. El juicio fue favorable al santo y la Regla fue solemnemente aprobada con un Breve de la Sede Apostólica del 27 de mayo de 1474.

La fama de santidad llegó a Francia, donde el rey Luís XI, en el lecho de muerte expiaba su forma desordenada de gobernar. Lo llamó para conseguir que el santo lo curase, cosa que no conseguían los médicos de la Corte. Envió a Paola a su mayordomo Guynot de Bussières, con
regalos, para convencerle. El los rechazó. El rey de Francia recurrió al rey de Nápoles e incluso al Papa Sixto IV para que enviara a Francisco a Francia. El Papa se lo ordenó y Francisco, agachando humildemente la cabeza, y partió de viaje. El viaje fue largo y durante el mismo se multiplicaron los milagros de Francisco. Al llegar a Roma (Paola está al Sur de Italia) el Papa lo acogió calurosamente y le propuso ordenarlo sacerdote. El rehusó con humildad y se contentó con que el Papa lo autorizara a bendecir los objetos piadosos. Siguió viaje a
Francia. Liberó a Bormes y Fréjus de una terrible epidemia. El rey Luís XI lo acogió cordialmente e hizo todo lo posible por ayudarle a extender su Orden por Francia. El no lo curó pero si consiguió que tuviera una buena muerte, que reparase muchas de las cosas mal hechas y que resolviera algunas cuestiones que tenía pendientes con la Santa Sede.

Cuando el rey murió, él quiso retornar a Paola pero el nuevo rey se opuso. Era Carlos VIII de Francia, quién consiguió que el Papa Inocencio VIII confirmase de nuevo la Orden el 21 de mayo de 1485. En Francia fue muy admirado: por el médico Felipe de Commynes (autor de las famosas “Memorias”), por muchos profesores de la Universidad de la Sorbona, por el padre Francisco Bidet (que fue su sucesor al frente de la Orden), por Santa Juana de Valois, etc.

Durante su larga permanencia en Francia perfeccionó la Regla, que tuvo la aprobación del Papa Alejandro VI con la Bula “Meritis religiosae vitae” de 26 de febrero de 1493; es en esta Bula donde se cambia el nombre de “menores” por “mínimos”. Fundó también la rama femenina de la Orden e incluso la Orden Tercera para los seglares. Las respectivas reglas fueron aprobadas por el Papa Julio II el 28 de julio de 1506. En su Orden, además de los votos de pobreza, castidad y obediencia, se hacía un cuarto voto:
el de “Cuaresma perpetua”, por el cual los frailes y las monjas mínimos tenían la obligación de observar un régimen de vida de Cuaresma durante todos los días del año.

Francisco murió el día 2 de abril del año 1507 en Plessis-les-Tours y allí fue sepultado. Tenía noventa y un años de edad. Era Viernes Santo, cerca de las diez de la mañana y en el momento de su muerte, seguía el canto de la Pasión, expirando cuando se cantaba” et inclinato capite, tradidit spiritum”; “e inclinando la cabeza, entregó su espíritu”. Es uno de los santos más representativos del siglo XV. Era humilde, penitente, hombre de fe y de vida espiritual muy intensa, querido por el pueblo y reverenciado por los Papas, los reyes y los poderosos del mundo. No era sabio; algunos, sin fundamento, han dicho que era analfabeto,
que no sabía ni leer ni escribir. Lo que desde luego conocía a la perfección era la ciencia de la santidad y sabía argumentar, convencer y penetrar en los corazones de todos, incluso de los teólogos.

Su espiritualidad era muy parecida a la de San Francisco de Asís: humildad y pobreza, intenso amor a Dios y a todas las criaturas, caridad sin límites con el prójimo, profundo espíritu de oración y una tierna devoción al Crucifijo, a la Eucaristía y a la Virgen. Hay una característica que lo diferencia de San Francisco de Asís: su espíritu de mortificación fue juzgado como excesivo. En esto, San Francisco de Asís era más equilibrado, más moderado.

La historia de la Orden de los Mínimos confirma que aquel género de vida confiere a la salud física y espiritual un sello de longevidad; eso lo sabemos, ser vegetariano es bueno para la salud. En esta Orden son muchísimos, la inmensa mayoría de los frailes mueren muy viejos y
nunca se han planteado la necesidad de relajar, de hacer más llevaderas las normas impuestas por el fundador.

El proceso de beatificación se inició muy pronto después de su muerte. La beatificación tuvo lugar el día 7 de julio de 1513 (seis años después de su muerte) y fue canonizado el día 1 de mayo de 1519 por el Papa León X (solo doce años después de su muerte). Inmediatamente se erigieron numerosas iglesias en su honor en Italia, Francia y España. El Venerable Papa Pío XII, con el Breve “Quod sanctorum patronatus”, de fecha 27 de marzo de 1943, recordando el milagro del paso del mar, lo proclamó patrono de los marineros italianos.

Como he dicho anteriormente, murió y fue enterrado en Plessis-les-Tours, pero en el año 1562 los hugonotes asaltaron el convento, violaron la tumba y quemaron su cuerpo con la leña de un Crucifijo. Se recogieron pequeños fragmentos que se conservan y veneran el Paola (Cosenza).


Fuente: maronitas.org

bottom of page