El papel de la mujer en la tradición cristiana maronita tuvo importante consideración desde el inicio de la vida monástica. Basta pensar en algunas de la discípula de san Marón († ca. 410) como fueron santa Marana, santa Cira y santa Dominina, etc.; y de otras con gran devoción popular como santa Barbara y santa Marina, entre otras.

Desde muy temprano en la historia aparecieron las vírgenes consagradas, las diaconisas (ܡܫܰܡܳܢܺܝܬܳܐ ,ܫܰܡܳܫܬܳܐ, mshamonito, shamoshto) y muchas viudas que ofrecían sus servicio a la iglesia. Estos roles fueron nombrados canónicamente, supervisados ​​eclesiásticamente y se les otorgaron responsabilidades significativas desde el siglo III.

Uno de los grupos mas destacadas fueron las Hijas de la Alianza (ܒ̈ܢܳܬ݂ ܩܝܳܡܳܐ, quienes vivían la pobreza y la virginidad. Una función importante en la liturgia tuvieron en el canto (san Efrén [† 373] instituyó el coro de mujeres) y en la administración del sacramento de la iniciación cristiana de mujeres (sobretodo en el bautismo que ayudaban a los sacerdotes para cuidar el pudor de las bautizadas).

Ningún texto siríaco conocido escrito por una mujer sobrevive hasta ahora, aunque el gran corpus de la himnografía y la hagiografía siríacas anónimas pueden incluir las contribuciones de las mujeres.

Interesante es que la antigua tradición siríaca produjo imágenes femeninas sorprendentes para lo divino, especialmente para el Espíritu Santo: ܪܽܘܚܳܐ ܩܰܕܺܝܫܳܐ (ruho qadisho: donde ruho ‘espíritu’, es un sustantivo femenino en arameo). Quizás relacionado con ello, la devoción a la Virgen María se desarrolló profundamente desde una etapa muy temprana en arameo, adelantándose por un siglo a desarrollos más similares en las comunidades griegas y latinas (Harvey, 2012).

En la modernidad una pléyade de mujeres siguen jugando un relevante papel en muchas áreas de la iglesia maronita. Entre ellas podemos destacar a santa Rafka (رفقا بطرسيّة شبق ألريّس, 1914-1832 | Rebeca Petra Choboq Ar-Rayés)maestra de cómo vivir el sufrimiento con visión sobrenatural y canonizada por el papa Juan Pablo II (fl. 1978-2005) el 10 de junio de 2001.