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RECONCILIACION Y PENITENCIA, MISTERIO DE LA

Por: Alberto Meouchi-Olivares

El Misterio de la Reconciliación y Penitencia, llamado también Sacramento de la Confesión, es el sacramento mediante el cual se perdonan los pecados cometidos.

I. Generalidades.

En la iglesia maronita, siguiendo la tradición monástica antigua, siempre se ha vivido con la práctica privada de la penitencia. Una vez confesadas las culpas (siempre en privado y bajo sigilo) no se tienen noticias de que se hayan impuesto penitencias públicas como tales. Sin embargo, aquellas personas que no estaban en gracia, sin importan la gravedad de su pecado, permanecían junto con los catecúmenos en la zona de la nave del templo destinada para ellos (i.e. la llamada Morada Exterior: era la parte más cercana a la entrada –hacia el occidente–, y ahí permanecían los catecúmenos y los penitentes durante la celebración de la misa).

El lugar propio para la celebración del sacramento de la Penitencia es en la iglesia (cf. CCEO c. 736). En las primeras iglesias, en la parte norte de la morada exterior, se ubicaba el espacio para la confesión, ordinariamente se confesaban de pie; después se permitió el sentarse y luego entró el uso de un confesionario. Actualmente, en algunas iglesias, el espacio es un tipo de sala de estar donde puede haber un reclinatorio: el ܒܶܝܬ ܕܺܝܢܳܐ (beit dyno, “casa de la justicia”).

La forma ritual es: se saludan el sacerdote y el penitente con una jaculatoria; el penitente confiesa sus pecados; el sacerdote, después de escucharlo, le da un consejo inspirado en las Sagradas Escrituras; el penitente manifiesta su arrepentimiento; el sacerdote impone una penitencia y le da la absolución sacramental con la formula: “Yo te absuelvo de tus pecados en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Antes de la absolución el sacerdote invoca al Espíritu Santo —Epíclesis— para que descienda sobre él y el penitente.

II. Espiritualidad del Misterio de la Reconciliación.

La vida cristiana es un camino de reconciliación. Por eso, una muestra de nuestro progreso espiritual es darnos cuenta de nuestra condición de pecadores, de donde nace el deseo de pedir perdón y de reconciliarnos con Dios y con nuestro prójimo.

Los padres siríacos hablan de continuo del Don de Lágrimas, tan ligado a este sacramento, pues es un Don que nos invita a purificarnos de nuestros pecados y faltas, y de nuestros defectos y malas costumbres, ya que nos impulsa a lamentarnos de nuestro antiguo estilo de vida.

Tradicionalmente, el año litúrgico maronita dedica varios períodos de penitencia (oración, ayuno y limosna) y de reflexión para invitar a la conversión. Además del tiempo propio de Cuaresma, se sugieren veinte días de ayuno antes de Navidad (25 de diciembre), quince días antes de la fiestas de los santos Pedro y Pablo (29 de junio) y de la Asunción de María (15 de agosto). Por tanto, son las fechas propicias para hacer una buena confesión sacramental.

El Misterio de la Reconciliación está en intima relación con los Misterios del Bautismo y de la Eucaristía. El santo Bautismo nos transforma en hijos de Dios y nos compromete a vivir como tales. En efecto, el Bautismo implica la conversión de las formas pecaminosas del mundo y el abrazo de la vida según el espíritu. Idealmente hablando, la persona bautizada nunca se debería desviar de la ley de Cristo. Mientras que las sagrada Eucaristía es el misterio de la comunión, signo de estar reconciliados con Dios y con nuestros hermanos. Por la Eucaristía –sacrificio de Cristo– se obtiene el perdón divino de una vez y para siempre (cf. Hb 7, 27: es el gran acontecimiento del ἐφάπαξ, ephapax). Desafortunada-mente, el pecado (y especialmente el pecado grave) es una traición a nuestras promesas bautismales y una ofensa contra la comunión. El pecador impenitente se separa efectivamente de la comunidad y, por lo tanto, deja de participar en la Eucaristía. Pero, Cristo, nuestro redentor, siempre está dispuesto a ofrecer su perdón divino, y, en su misericordiosa compasión lo ejerce en el Misterio de la Reconciliación, con el que se reafirmar nuestra conversión bautismal, y se nos readmite en la sagrada Comunión.


III. Práctica del Misterio de la Reconciliación.

Si bien no tenemos documentos que nos den una descripción precisa de lo que era la antigua práctica maronita de la Confesión, podemos ofrecer algunas especulaciones basadas en las prácticas de otras Iglesias orientales que comparten la tradición siríaca. Este rito probablemente habría involucrado, además de la confesión secreta y privada al sacerdote, una completa Liturgia de la Palabra que incluía el rezo o canto del salmo 51 [Vg. 50], la Oración del Perdón (o ܚܽܘܣܳܝܳܐ, ḥusoyo) y las lecturas de las Sagradas Escrituras. Luego de ello, y después de recitar una oración apropiada y asignar una penitencia adecuada, el sacerdote pronunciaba la fórmula de la absolución, quizá con la imposición de su mano derecha (ܣܝܳܡ ܐ̱ܝܕܳܐ, soyem ydo).

En la Liturgia del Sábado Santo de la Luz (en la Semana de Pasión) se ofrece un vestigio de esta posible Liturgia del Perdón, todavía vigente hasta hoy en día. En ella se halla la llamada “Oración de Plegaria” que consta de tres elementos: una oración introductoria, un qolo para la súplica de purificación del pecado y renovación del corazón y el salmo 51 [Vg. 50] que se reza de rodillas y con los brazos extendidos. En el sedro de esta liturgia se expresa la necesidad y búsqueda del perdón de Dios: “[…] tu poder y gracia generosas perdonen nuestros pecados y los de todos tus siervos que imploran el perdón de sus faltas y el olvido de sus pecados. Así como perdonaste a la familia de Cornelio a través de Simón Pedro, el apóstol, del mismo modo descienda tu perdón sobre nosotros, los hijos de tu rebaño, que fuimos redimidos con tu preciosa Sangre […]”. (Cf. Qurbono tomo IV: Misal de Semana de Pasión, edición en español 2017, p. 146).

Sobre la frecuencia de recibir el sacramento –prescrito por la ley de la Iglesia al menos una vez al año o cuando hay la conciencia de pecado mortal–, la pastoral maronita ha tenido la práctica de recomendarla cada quince días, pues “la tragedia del pecado es que se repite y el daño que hace solo se acumula. Todo pecado en última instancia disminuye el tono moral de la sociedad; por lo tanto, el pecado no solo destruye la fibra moral del pecador, sino que contamina a otros inocentes, eventualmente a nuestros propios hijos” (Beggiani, 2000), de ahí que el alma deba purificarse tan seguido como sea posible para alcanzar la santidad anhelada.

Bibliografía:

BEGGIANI, Seely, «The Sacraments Of Reconciliation: A Commentary On The Spirit Of Reconciliation As A Way Of Life», en The Journal of Maronite Studies (JMS), vol. 4, no. 2, julio-diciembre (2000).

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Cómo Citar:

Meouchi-Olivares, A. (2019). Diccionario Enciclopedico Maronita. iCharbel-Editorial.

Sitio web: https://www.maronitas.org



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