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SINAXARIÓN
DEL CALENDARIO LITÚRGICO MARONITA

h | Agosto 04

SAN JUAN MARÍA VIANNEY, CURA DE ARS (♰ 1859)

san dimas el buen ladrón

"Patrón del Clero"

Era un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público sulreligión. La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.

Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del gurpo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del batallón.

Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianey pudo volver otra vez a su hogar.

Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.

Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades.

El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a Vianey. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.

Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.

Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianey es de buena conducta? - Ellos le repondieron: "Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás".

Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y admirador.

Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, que haga un buen papel?".

Y el 9 de febrero de 1818 fue envaido a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes de esta parroquia en lo único en que se diferecian de los ancianos, es en que ... están bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianey de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.

El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere perderlos.

Cuando el Padre Vianey empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas.

El prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianey? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". - ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-. "Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".

El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".

Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendándo al Señor lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.

Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianey. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación . Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo".

Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jovenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianey. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches". Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.

Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: "Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.

Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes.

Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianey. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.

A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.

De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes.

A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traido. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.

De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios.

En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.

Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando.

Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.

En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores.

Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima pidiendole perdón por todo, como si el hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su humildad con admirables milagros.

El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.


Fuente: maronitas.org

Otros Santos para hoy

SANTO DOMINGO, CONFESOR (1170-1221)

san dimas el buen ladrón

SANTO DOMINGO FUNDADOR DE LOS FRAILES PREDICADORES, CONFESOR-1170-1221


Domingo, fundador de la gran orden de frailes predicadores que lleva su nombre, nació en el año 1170 en Calaruega, Castilla, España, de una familia noble con ilustres conexiones. Su padre, don Félix de Guzmán, ocupaba el cargo de alcaide real de la villa; su madre, una mujer de santidad poco común, llegaría a ser la beata Juana de Aza. Muy pronto se decidió que Domingo hiciera carrera en la Iglesia. Su llamada era tan evidente que, siendo aún estudiante, Martín de Bazán, obispo de Osma, le nombró canónigo de la catedral, y el estipendio que recibió le ayudó a continuar sus estudios. Tanto el amor de Domingo por el aprendizaje como su caridad quedan ejemplificados en una anécdota de sus días de estudiante. Había reunido una colección de libros religiosos inscritos en pergamino; los atesoraba mucho, pero un día vendió todo el lote para poder dar el dinero así obtenido a unos pobres. "No podía soportar premiar pieles muertas", dijo, "cuando había pieles vivas hambrientas y necesitadas".

A la edad de veinticinco años fue ordenado y asumió sus funciones. El capítulo vivía bajo la regla de San Agustín, y la estricta observancia dio al joven sacerdote la disciplina que iba a practicar y enseñar a los demás durante toda su vida. Alguien que conoció a Domingo en esta época escribió que era el primero de todos los monjes en santidad frecuentando la iglesia día y noche, y apenas aventurándose más allá de los muros del claustro. Pronto fue nombrado subprior, y cuando el prior, Diego d'Azevado, se convirtió en obispo de Osma. hacia 1201, Domingo le sucedió en el cargo. Llevaba entonces seis o siete años de vida contemplativa.

Cuando, dos años más tarde, el obispo fue designado por el rey para ir en embajada a negociar un matrimonio para el hijo del rey, eligió a Domingo para acompañarle. En el camino, pasaron por Languedoc, en el sur de Francia, donde la herejía albigense estaba ganando muchos adeptos[1] El anfitrión de una posada donde se detuvieron era un albigense, y Domingo pasó toda una noche discutiendo con él. Por la mañana había convencido al hombre de su error. Desde ese día, al parecer, Domingo supo con certeza que la obra que Dios requería de él era una vida activa de enseñanza en el mundo Los embajadores regresaron a Castilla una vez cumplida su misión, y luego fueron enviados de vuelta para escoltar a la joven hasta su futuro hogar, pero sólo llegaron para asistir a su funeral. Su séquito regresó a Castilla, mientras que ellos fueron a Roma a pedir permiso al Papa Inocencio III para predicar el Evangelio a los infieles de Oriente. El Papa les instó a quedarse y luchar contra la herejía que amenazaba a la Iglesia en Francia. El obispo Diego suplicó que se le permitiera renunciar a su sede episcopal, pero a esto el Papa no accedió, aunque le dio permiso para permanecer dos años en Languedoc. Visitaron el monasterio de San Bernardo en Citeaux, cuyos monjes habían sido designados para ir en misión a convertir a los albigenses. Don Diego vistió el hábito cisterciense y casi de inmediato se puso en camino con Domingo y una banda de predicadores.

La doctrina albigense se basaba en un dualismo de dos principios eternamente opuestos, el bien y el mal, considerándose toda la materia como maligna y al creador del mundo material como un demonio. De ahí que se negara la doctrina de la Encarnación y se rechazaran el Antiguo Testamento y el Sacramento. Para ser perfecta o "pura" una persona debía abstenerse de las relaciones sexuales y ser extremadamente abstemia en la comida y la bebida. El suicidio por inanición era considerado por algunos como un acto noble. En su forma más extrema, el albigensianismo amenazaba así la existencia misma de la sociedad humana. Las bases no intentaban tal austeridad, por supuesto, pero los líderes mantenían altos niveles de ascetismo, en contraste con los cuales la observancia fácil de los predicadores cistercienses fuera de casa parecía lejos de ser santa. Domingo y Diego aconsejaron ahora a los que habían estado a cargo de la misión que renunciaran a sus caballos, séquitos y sirvientes. Además, en cuanto ganaran una audiencia, debían utilizar el método de la persuasión pacífica en lugar de las amenazas. El modo de vida que Domingo imponía a los demás era el primero que él mismo seguía. Rara vez comía otra cosa que no fuera pan y sopa; si bebía vino era dos tercios de agua; su cama era el suelo, a menos -como a veces ocurría- que estuviera tan agotado que se tumbara a dormir al borde del camino.

El primer encuentro de los misioneros con los herejes tuvo lugar en Servian en 1206, donde lograron varias conversiones; después predicaron en Carcassone y pueblos vecinos, pero en ningún lugar obtuvieron un éxito inusitado. En un debate público, los jueces sometieron la declaración de la fe católica de Domingo a la prueba del fuego, y tres veces, según consta, el pergamino salió ileso de las llamas. La herejía, apoyada como estaba por los grandes señores espirituales y temporales del país, tenía un fuerte arraigo en el populacho, que no parecía conmovido ni por la predicación ni por los milagros. Diego, decepcionado con los resultados, regresó a Osma, dejando a Domingo en Francia.

Las mujeres a menudo ejercían una gran influencia en la Edad Media, y a Domingo le llamó la atención su participación en la propagación del albigenseismo. También observó que muchas muchachas católicas de buena familia eran expuestas a malos ejemplos en sus propios hogares o bien eran enviadas a conventos albigenses para ser educadas. En la fiesta de Santa María Magdalena de 1206 tuvo una visión que le llevó a fundar un convento en Prulla, en la diócesis de Toulouse, para acoger a nueve monjas convertidas de la herejía. Escribió para ellas una regla de estricta clausura, penitencia y contemplación, con el hilado de la lana como ocupación manual. Poco después, en la misma localidad, se fundó una casa para sus frailes predicadores, a los que sometió a una estricta regla de pobreza, estudio y oración.

En 1208, tras el asesinato de un legado papal, el papa Inocencio llamó a los príncipes cristianos a suprimir la herejía por la fuerza de las armas. Las fuerzas católicas estaban dirigidas por Simón de Montfort, las albigenses por el conde de Toulouse. En todas partes Montfort salió victorioso, pero dejó tras de sí destrucción y muerte. Domingo no tomó parte en esta terrible guerra civil. Valientemente continuó predicando, yendo a donde le llamaban, buscando sólo el bien de aquellos que le odiaban. Hubo muchos atentados contra su vida, y cuando le preguntaron qué haría si fuera capturado por sus enemigos, respondió: "Les diría que me mataran lenta y dolorosamente, poco a poco, para que pudiera tener una corona más gloriosa en el Cielo." Cuando los ejércitos de Montfort se acercaron al lugar donde predicaba, hizo todo lo que pudo para salvar vidas humanas. Entre los propios cruzados, muchos de los cuales se habían unido al bando católico para saquear, descubrió el desorden, el vicio y la ignorancia. Domingo trabajó entre ellos con tanta diligencia y compasión como entre los herejes. Las fuerzas militares albigenses fueron finalmente aplastadas en la batalla de Muret, en 1213, una victoria que Montfort atribuyó a las oraciones de Domingo. Sin embargo, el vencedor no estaba satisfecho y, para gran angustia de Domingo, mantuvo durante cinco años más una campaña de devastación, hasta que por fin fue muerto en batalla.

Domingo no se hacía ilusiones sobre la rectitud o la eficacia de establecer la ortodoxia por la fuerza armada, ni él mismo tenía nada que ver con los tribunales episcopales de la Inquisición que se establecieron en el sur de Francia para trabajar con el poder civil. Nunca parece haber aprobado la ejecución de aquellos desafortunados a los que los tribunales condenaban por obcecados. Sus biógrafos cuentan que salvó la vida de un joven que iba camino de la hoguera, asegurando a los jueces que, si era liberado, el hombre moriría como un buen católico. La profecía se cumplió unos años más tarde, cuando el hombre ingresó en la orden dominica. Domingo reprendió al obispo de Toulouse por viajar con soldados, sirvientes y mulas de carga. "Los enemigos de la fe no pueden ser vencidos así", dijo. "Ármate de oración en lugar de espada; vístete de humildad en lugar de finas vestiduras". Le ofrecieron un obispado tres veces, pero Domingo declinó cada vez, sabiendo bien que su trabajo estaba en otra parte.

Así pasó casi diez años en Languedoc, con sede en Prulla, dirigiendo la misión y el trabajo de su banda especial de predicadores. Su gran deseo era reavivar un verdadero espíritu apostólico en los ministros del altar, pues demasiados miembros del clero católico vivían para su propio placer, sin escrúpulos. Soñaba con una nueva orden religiosa, no como las antiguas, cuyos miembros llevaran vidas de contemplación y oración en grupos aislados, y que no fueran necesariamente sacerdotes. Sus hombres unirían a sus oraciones y meditación una formación completa en teología y los deberes de un pastor y predicador popular; como los monjes anteriores, practicarían la abstinencia perpetua de carne y vivirían en la pobreza, dependiendo de las limosnas para subsistir. Serían dirigidos desde una autoridad central, de modo que pudieran desplazarse según la necesidad del momento. Domingo esperaba así dotar a la Iglesia de predicadores expertos y celosos, cuyo espíritu y ejemplo difundieran la luz. En 1214 el obispo Foulques le confirió un beneficio en Fanjeaux y dio su aprobación episcopal a la nueva orden. Unos meses más tarde se llevó a Domingo con él a Roma para asistir al Cuarto Concilio de Letrán, como su teólogo.

El Papa Inocencio III aprobó el convento de Prulla. También emitió un decreto, que se contó como el décimo canon del concilio, recordando a todo el clero parroquial su obligación de predicar, y subrayando la necesidad de elegir pastores que fueran poderosos tanto en palabras como en obras. El descuido actual de la predicación, dijo el Papa, era una de las causas de la ignorancia, los desórdenes y las herejías que entonces proliferaban. Sin embargo, a Domingo no le resultó fácil conseguir la aprobación formal de su orden de predicación; contenía demasiadas innovaciones como para que la sanción se concediera precipitadamente; además, el concilio ya había votado en contra de la multiplicación de órdenes religiosas[2]. Se dice que Inocencio había decidido negar su consentimiento, pero la noche siguiente soñó que veía la iglesia de Letrán[3] tambaleándose como si estuviera a punto de derrumbarse; Domingo se adelantó para sostenerla. Sea como fuere, el Papa finalmente dio su aprobación verbal al plan de Domingo, ordenándole que volviera con sus hermanos y seleccionara una de las reglas ya aprobadas.

La pequeña compañía que se reunió en Prulla en agosto de 1216 estaba formada por ocho franceses, ocho españoles y un inglés. Tras algunas discusiones, eligieron la regla de San Agustín, la más antigua y menos detallada de las reglas existentes, que había sido escrita para los sacerdotes por un sacerdote que era él mismo un eminente predicador. Añadió ciertas disposiciones especiales, algunas tomadas de la orden más austera de Premontre. Mientras tanto, el Papa Inocencio murió, en julio de 1216, y Honorio III fue elegido en su lugar. En octubre de ese año, después de que Domingo hubiera establecido un convento en Toulouse, se dirigió a Roma. Honorio confirmó formalmente su orden y sus constituciones en diciembre. Los hermanos debían ser, en palabras de la bula del Papa, "los campeones de la fe y las verdaderas luces del mundo".

En lugar de regresar de inmediato a Francia, Domingo permaneció en Roma hasta la Pascua siguiente para predicar. Sugirió al Papa que, dado que muchos de los clérigos adscritos a su corte no podían asistir a conferencias y cursos fuera, sería muy útil contar con un maestro de estudios sagrados en residencia. Honorio creó entonces el cargo de Maestro del Sacro Palacio, que de oficio sirve como canonista y teólogo personal del Papa, nombra a sus predicadores y asiste a los consistorios. Ordenó a Domingo que asumiera el cargo temporalmente, y desde entonces lo ocupa un miembro de la orden. También durante su estancia en Roma, Domingo compuso un comentario sobre las Epístolas de San Pablo, muy elogiado en su época, pero, al igual que sus sermones y cartas, no ha sobrevivido.

Durante este tiempo Domingo entabló amistad con el cardenal Ugolino y con Francisco de Asís. Se cuenta que en un sueño Domingo vio al mundo pecador amenazado por la ira divina pero salvado por la intercesión de la Virgen, que señaló a su Hijo dos figuras, una de las cuales Domingo reconoció como él mismo, mientras que la otra era un extraño. Al día siguiente vio en la iglesia a un tipo pobremente vestido al que reconoció enseguida como el hombre de su sueño. Era Francisco de Asís. Se acercó a él y lo abrazó, exclamando: "Tú eres mi compañero y debes caminar conmigo. Porque si nos mantenemos juntos ningún poder terrenal podrá resistirnos". Este encuentro de los fundadores de las dos grandes órdenes de frailes, cuya misión especial era salir al mundo para salvarlo, aún se conmemora dos veces al año, cuando en sus respectivas fiestas los hermanos de ambas órdenes cantan misa juntos y después se sientan a la misma mesa. El carácter de Domingo contrastaba notablemente con el de Francisco, pero se mantuvieron unidos en el terreno común de la fe y la caridad.

El 13 de agosto de 1217, los frailes predicadores, conocidos popularmente en épocas posteriores como los dominicos, se reunieron por primera vez como orden en Prulla. Domingo les habló sobre los métodos de predicación y les instó a un estudio y una formación incesantes. También les recordó que su deber primordial era su propia santificación, ya que debían ser sucesores de los Apóstoles. Debían ser humildes, poniendo toda su confianza sólo en Dios; sólo así podrían ser invencibles contra el mal. Dos días después, Domingo disolvió abruptamente su pequeño grupo, dispersándolos en diferentes direcciones. A cuatro los envió a España, a siete a París, dos regresaron a Toulouse y dos se quedaron en Prulla. El propio Domingo regresó a Roma. Tenía esperanzas de poder renunciar a su puesto y partir a predicar a los tártaros, pero el Papa Honorio no dio su consentimiento.

Los cuatro años restantes de la vida de Domingo los dedicó a desarrollar la orden. Honorio le dio la iglesia de San Sixto en Roma como centro de sus actividades. Predicó en muchas iglesias de la ciudad, incluida la de San Pedro. Una antigua crónica cuenta que una mujer llamada Gutadona, al volver un día a casa después de oírle predicar, encontró muerto a su hijo pequeño. En su dolor lo levantó de la cuna y lo llevó a la iglesia de San Sixto para ponerlo a los pies de Domingo. Éste pronunció unas palabras de ferviente oración, hizo la señal de la cruz, y el niño volvió inmediatamente a la vida. El Papa habría hecho proclamar este milagro desde el púlpito, pero las súplicas de Domingo se lo impidieron.

Un gran número de monjas vivían en Roma en ese momento, sin clausura y casi sin regulación, algunas dispersas en pequeños conventos, otras alojadas en casas de padres o amigos Honorio pidió ahora a Domingo que reuniera a estas monjas en una casa cerrada. Domingo dio a las monjas su propio monasterio de San Sixto, que entonces estaba terminado. Para sus frailes recibió una casa en la colina del Aventino, con la iglesia adyacente de Santa Sabina.

Se había fundado una casa de la orden en la Universidad de París, y Domingo había enviado un contingente a la Universidad de Bolonia, para establecer allí uno de los más famosos de sus establecimientos. En 1218 viajó a través de Languedoc a su España natal, y fundó un convento en Segovia, otro en Madrid, y un convento de monjas, dirigido por su hermano. En abril de 1219 regresó a Toulouse, y desde allí se dirigió a París, la primera y única visita que hizo a la ciudad. De regreso se detuvo para fundar casas en Aviñón, Asti y en Bérgamo, en Lombardía. Hacia el final del verano Domingo llegó a Bolonia, donde vivió hasta su muerte. En 1220 el Papa Honorio confirmó su título de Maestro General de la Orden de los Hermanos Predicadores, y el primer capítulo general se celebró en Bolonia. Se redactaron entonces las constituciones definitivas que hicieron de la orden lo que desde entonces se ha llamado "la más perfecta de todas las organizaciones monásticas producidas por la Edad Media". Ese mismo año el Papa les encargó, junto con los monjes de otras órdenes, que emprendieran una cruzada de predicación en Lombardía. Bajo el liderazgo de Domingo, se dice que cien mil herejes fueron devueltos a la Iglesia.

Aunque Domingo había esperado viajar a tierras bárbaras para predicar y eventualmente alcanzar el martirio, esto le fue negado. El ministerio de la Palabra, sin embargo, iba a ser el principal objetivo de su gran orden. Aquellos miembros que tenían talento para la predicación no debían descansar nunca, excepto durante los intervalos que se les asignaban para el retiro Debían prepararse para su alta vocación mediante la oración, la abnegación y la obediencia. Domingo citaba con frecuencia el dicho "Un hombre que gobierna sus pasiones es dueño del mundo. Debemos gobernarlas o ser gobernados por ellas. Es mejor ser el martillo que el yunque". Enseñó a sus frailes el arte de llegar al corazón de sus oyentes animándoles con el amor a los hombres. Una vez, tras pronunciar un conmovedor sermón, le preguntaron en qué libro lo había estudiado. "En ninguno", respondió, "sino en el del amor".

Domingo nunca alteró la severa disciplina que había establecido al principio. Cuando regresó a Bolonia en 1220, se escandalizó al ver que se estaba construyendo un majestuoso monasterio para sus frailes; no permitió que se terminara. Esta férrea disciplina contribuyó a la rápida expansión de la orden. Cuando se celebró el segundo capítulo general en Bolonia en 1221, contaba con unas sesenta casas, divididas en ocho provincias. Ya había hermanos de túnica negra en Polonia, Escandinavia y Palestina, y el hermano Gilbert, con doce para ayudarle, había establecido monasterios en Canterbury, Londres y Oxford. La Orden de Predicadores es mundial y destaca especialmente por sus logros intelectuales; se ha convertido en el portavoz de la teología y la filosofía escolásticas actuales. Hay establecimientos dominicos adyacentes a casi todas las principales sedes del saber, y a veces se ha llamado a su fundador "el primer ministro de instrucción pública de Europa." Los dominicos son de clausura, pero también existe una Tercera Orden para trabajadores activos en el mundo, religiosos y laicos.

Al finalizar el segundo capítulo general, Domingo visitó al cardenal Ugolino en Venecia. Después cayó enfermo y fue trasladado al campo. Sabía que el final estaba cerca, e hizo su último testamento en unas pocas palabras sencillas y cariñosas: "Estos son, mis muy amados, los legados que os dejo como hijos míos; tened caridad entre vosotros; aferraos a la humildad; mantened una pobreza voluntaria". Pidió que le llevaran de vuelta a Bolonia, para ser enterrado "bajo los pies de sus hermanos". Reunidos a su alrededor una tarde de agosto, rezaron las oraciones para los moribundos; en el Subvenitorio, repitió las palabras y murió; sólo tenía cincuenta y seis años. El santo murió "en la cama del hermano Moneta, porque no tenía ninguna propia, en el hábito del hermano Moneta, porque no tenía otro para reemplazar el que llevaba desde hacía tiempo".

Jordán de Sajonia, sucesor de Domingo como maestro general de la orden, escribió sobre él: "Nada perturbaba el temperamento ecuánime de su alma, excepto su rápida simpatía hacia todo tipo de sufrimiento. Y como el rostro de un hombre muestra si es feliz o no, era fácil ver por su semblante amistoso y alegre que estaba en paz interiormente." Cuando en 1234 el Papa Gregorio IX, antes Cardenal Ugolino, firmó el decreto de canonización, comentó que no dudaba más de la santidad de Domingo que de la de San Pedro o San Pablo.

Notas finales:
1 Para más información sobre la herejía albigense, llamada así porque floreció en la ciudad de Albi, véase St. Bernard of Clairvaux, n. 8.

2 La Orden Franciscana había sido confirmada oralmente sólo siete años antes.

3 La iglesia de San Juan de Letrán tiene el rango más alto de todas las iglesias del mundo católico. El palacio de la familia Laterani fue otorgado por el emperador Constantino al papa, y la iglesia construida junto a él es la iglesia catedral del papa como obispo de Roma. El palacio fue la residencia de los papas desde el siglo IV hasta el XIV, cuando fue destruido por un incendio.

4 Saint Dominic, Founder of the Friars Preachers, Confessor. Celebration of Feast Day is August 4.

5 Tomado de "Lives of Saints", Published by John J. Crawley & Co., Inc.

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