LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
14 de septiembre, inicio del ciclo litúrgico maronita de la Santa Cruz
El original fue publicado en inglés en Syriac Christian Heritage (www.thehiddenpearl.org)
Por: Armando Elkhoury Vice-Rector de Our Lady of Lebanon Maronite Seminary Miembro de Maronitas.org

En el Gran Viernes de la Crucifixión, la Iglesia maronita conmemora la muerte del Hijo de Dios en la cruz celebrando el rito de la Adoración de la Cruz. Sin embargo, cuando uno mira de cerca lo que la Iglesia proclama en realidad, descubre sorprendentemente una fascinante y profunda noción teológica y una poderosa expresión bíblica de salvación que uno no suele asociar con una crucifixión: la celebración de una boda. El objetivo de este artículo es mostrar que la Iglesia maronita anuncia que, en la cruz, Cristo desposó a la Iglesia. Él es el Esposo, y ella su Esposa: su crucifixión es la celebración de sus bodas con la Iglesia.
Esta comprensión nupcial de la crucifixión es común a todas las Iglesias siríacas, y se basa en los escritos de los Padres de la Iglesia siríaca, como Jacobo de Sarug, que, a su vez, la heredaron de las Escrituras. En esta breve presentación, limitaremos nuestra exploración de esta interpretación teológica del acontecimiento histórico de la crucifixión sólo a ciertos pasajes de las Escrituras y a la actual edición en inglés del Qurbono, o Libro de Ofrendas según el Rito de la Iglesia Siríaca Maronita Antioquena (2012) —en adelante, Q—. De ahí que sea aconsejable tener a mano una Biblia y el Libro de Ofrendas a la hora de leer estas pocas líneas. Como veremos, el texto litúrgico retrata explícitamente la salvación como una celebración de las bodas entre Cristo y la Iglesia que tiene lugar en la cruz.
Una mirada renovada a un rito sombrío
Cuando crecí asistiendo a la Iglesia Maronita, recuerdo vívidamente el sombrío y lúgubre ritual del Gran Viernes de la Crucifixión. Todo en la iglesia estaba cubierto de negro, como el altar, los púlpitos y los iconos. El sacerdote llevaba ornamentos negros, las mujeres vestidos negros, los hombres trajes oscuros y corbatas negras, y la congregación cantaba cantos fúnebres. La siguiente canción es un ejemplo de ello:
Oh pueblo mío, amigos, ¿dónde está la fe y el amor que me prometisteis? ¿Qué crimen he cometido? ¿Por qué me tratáis con gran desprecio y con desdén? Ahora en la vergüenza muero entre dos ladrones. Madre, no llores. Esto sólo aumenta mi dolor. Dejadme. Sigue tu camino. No llores por mí. Padre, ¿por qué estoy aquí, solo, en mi dolor? Estoy ahogado en lágrimas; ¡Padre, escucha mi súplica! (Gran Viernes de la Crucifixión: Rito de la Adoración de la Cruz, himno procesional: ya sha'bee wa saẖbee, يا شعبي وصاحبي)
El servicio parecía más un servicio fúnebre que una celebración. De hecho, terminó con un entierro, aunque no de una persona real, sino de un Crucifijo o estatua de Cristo. Tuve la impresión de que los fieles salieron de la iglesia abatidos.
Estos elementos visuales parecían centrar la atención de los fieles más en el fallecimiento de un ser humano que en la importancia teológica de la muerte de Cristo, es decir, que después de todo es el Señor que sigue gobernando el universo aunque esté colgado en un árbol. Acompañados de varias canciones emotivas que carecen de significado teológico, estos visuales ocultaron el significado esencial de la crucifixión.
Se puede entender el desbordamiento emocional que provoca la crucifixión, ya que el dolor, la tristeza, la conmoción y otros sentimientos son reacciones humanas naturales cuando uno se enfrenta al sufrimiento y a la muerte, incluso a los de otro, por no hablar de la muerte de nuestro amado Señor. Sin embargo, el dolor emocional y la tristeza no pueden ni deben eclipsar ni restar importancia a lo que Jesucristo ha realizado en la cruz: nuestra salvación. Esta salvación se refleja claramente en las oraciones del rito de la Adoración de la Cruz:
En la cruz, nuestro Señor y Dios tomó posesión de la tierra. En el centro del mundo, reveló que estamos salvados. Cuando resonó su voz, las tumbas se abrieron de par en par y los muertos resucitaron.
¿De qué estamos salvados? Estamos salvados de la muerte y de su oscuro reino, porque "la muerte es absorbida por la victoria". ¿Dónde, oh muerte, está tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?" (1 Cor 15, 54-55). La Divina Liturgia proclama en este sentido:
Cristo ha resucitado del sepulcro e ilumina a todo el mundo. Los coros de ángeles gritan de alegría y los serafines se regocijan. Las filas de los querubines se unen a la alabanza: "¡Santo, santo Señor!" Dios Padre envió a su Hijo para hacer nueva la imagen de Adán. El Gobernante de todo fue encerrado en una tumba. Se levantó destruyendo la muerte y su oscuro reino. Cristo Rey reina para siempre (Q, 321).
Por consiguiente, el Gran Viernes de la Crucifixión es a la vez un misterio sobrecogedor y una celebración gozosa, y la crucifixión no debe separarse de la resurrección, como sugiere correctamente Rabbula (siglo VI) al representar la crucifixión y la resurrección unidas en una sola escena.

Veamos ahora cómo se representa nuestra salvación como las bodas de Cristo y la Iglesia que tienen lugar en la cruz.
La salvación: Un banquete
Ya el Antiguo Testamento se refiere a Dios como el Esposo de Israel y describe su relación con la nación judía en términos nupciales:
En aquel día -oráculo de Yahveh- me llamarás 'Mi esposo', y nunca más me llamarás 'Mi Baal'. ... Te desposaré conmigo para siempre: te desposaré conmigo con justicia y con juicio, con lealtad y con compasión; te desposaré conmigo con fidelidad, y conocerás a Yahveh (Os 2, 16, 21-22).
Este texto bíblico muestra que el matrimonio es una metáfora bíblica que representa la relación de alianza entre Dios y su pueblo. Esto se refleja también en otros textos bíblicos, como Is 54, 5-6; 62,5 y Ez 16, 6-14. La idolatría y la apostasía, representadas como adulterio y prostitución (ver Os 2, 4-15; Ez 16, 15-63), se oponen a esta alianza.
Además, el Antiguo Testamento retrata la salvación final como un banquete: "En este monte, Yahveh de los ejércitos ofrecerá a todos los pueblos un banquete de ricos manjares y de vinos selectos, alimentos jugosos y ricos y vinos puros y selectos" (Is 6, 25). Mateo retoma esta noción y presenta a Abraham, Isaac y Jacob reclinados en un banquete en el reino de los cielos, y a muchos que se unen a ellos desde el este y el oeste (Mt 8, 11).
La salvación: El banquete de bodas de Cristo
En consonancia con el Antiguo Testamento, Jesucristo describe la salvación como un banquete de bodas, pero la describe como su propio banquete de bodas. Retoma las imágenes nupciales del Antiguo Testamento y las aplica a sí mismo. Se llama a sí mismo el novio en Mc 2, 19: "¿Pueden los invitados a la boda ayunar mientras el novio está con ellos? Mientras tengan al novio con ellos, no pueden ayunar". Compara el reino de los cielos con un rey que dio un banquete de bodas a su hijo (ver Mt 22, 2). El hijo en este símil, que encuentra sus paralelos en Mt 9, 15 y Lc 5, 34-35, se refiere a Jesús. En la parábola de las diez vírgenes, Jesús representa el reino de los cielos como diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del novio, y las prudentes entraron en la celebración de las bodas (Mt 25, 1). Una vez más, esta parábola se refiere al reino de los cielos como una boda, y Jesús es el Esposo esperado. Por tanto, estas referencias bíblicas muestran que Cristo representa la salvación como su propio banquete de bodas.
Cristo y la Iglesia: Esposo y esposa
La alianza matrimonial ya está establecida en Gn 2,24: "Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos se convierten en un solo cuerpo". Aunque este versículo podría aplicarse a cualquier marido y mujer, el apóstol Pablo encuentra en él un significado más profundo. Lo interpreta en términos nupciales entre Cristo y la Iglesia, diciendo: "Este es un gran misterio, pero hablo refiriéndome a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5, 32). En 2 Cor 11,2 Pablo reitera que Cristo es el Esposo, y la Iglesia de Corinto la Esposa. El libro del Apocalipsis invoca esta imagen nupcial, afirmando: "Porque ha llegado el día de las bodas del Cordero, su esposa se ha preparado" (Ap 19, 7), y "también vi la ciudad santa, una nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de Dios, preparada como una novia adornada para su esposo" (Ap 21, 2). Que la nueva Jerusalén es un símbolo de la Iglesia se sugiere en Gálatas 4:26, donde también se la llama nuestra madre: "Pero la Jerusalén de arriba es la libertad, y ella es nuestra madre".
Hasta ahora, hemos visto que las Escrituras describen la salvación como una boda entre Cristo y la Iglesia. Ahora vamos a centrar nuestra atención en el Libro de Ofrendas maronita. Allí encontramos referencias a Jesucristo como el Esposo Celestial (Q, 179), el verdadero Esposo (Q, 320) y el Esposo fiel que nos ama y nos guarda en la palma de su mano (Q, 506). La Iglesia también es representada como la Esposa de Cristo (Q, 506) en cuya cabeza hay una corona, y Pedro y Pablo son dos joyas que la adornan (Q, 567). La imagen de una Iglesia coronada recuerda el rito de la Coronación durante el cual el sacerdote corona a un novio y a una novia, tipos (símbolos) de Cristo, el Esposo celestial, y de la Iglesia, su Esposa.
Ya hemos visto que Pablo, en 2 Cor 11, 2, se refiere a Cristo y a la comunidad como Esposo y Esposa. El himno de entrada de la fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo cita 2 Cor 11, 2 y amplía su noción:
¡Aleluya! Hablando a la Iglesia, Pablo dijo: "Os he desposado con el Hijo de Dios, vuestro Esposo, que vino y os eligió para ser su esposa" (Q, 563).
Mientras que en 2 Cor 11,2 Pablo desposó a la Iglesia de Corinto con Cristo, la Divina Liturgia ve en la comunidad corintia una imagen de toda la Iglesia.
¿Dónde y cuándo se celebraron estas bodas entre Cristo y la Iglesia? Según la cosmovisión teológica siríaca, esta boda tiene lugar en dos lugares. El río Jordán es el primer lugar. El texto litúrgico maronita se refiere a Juan el Bautista como el padrino (véase Jn 3, 29) que fue testigo de los esponsales de tu Santa Iglesia [Dios Padre] con tu Hijo (Q, 886). Además, describe a Juan el Bautista como la estrella que vino a anunciar: "Después de mí vendrá el Esposo a desposar a la Iglesia, su Esposa, con aguas benditas, cuando venga a bautizarse" (Q, 118). Para que no nos desviemos del tema, dejaré para otra ocasión este tema de las bodas en el río Jordán.
El Gólgota es el otro lugar donde Cristo se casa con la Iglesia según la liturgia maronita: "Bendita seas, oh Iglesia fiel, Jesús es tu santo Esposo. Al ser clavado en la cruz salvadora, te hizo su Esposa" (Q, 622). El texto litúrgico deja claro que la Iglesia se convierte en la Esposa de Cristo cuando éste fue clavado en la cruz y elevado. Por tanto, la crucifixión es la boda de Cristo con su Iglesia. En efecto, "en la cruz, nuestro Señor desposó a la Iglesia como su Esposa" (Q, 653).