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La nación vista por Ernest Renan (1/2)

Actualizado: 24 feb 2023

Renan, que ocupó la cátedra de hebreo, escribió una «Historia del pueblo de Israel» y fue jefe de la campaña arqueológica en Fenicia en 1860; enriqueció sus observaciones en Levante con las nociones de cultura e identidad, que ya había adquirido en Europa. Intentó comprender qué diferenciaba a una sociedad de otra, cómo definir a un pueblo y, por último, se preguntó: «¿qué es una nación?».



Por: Dr. Amine Jules Iskandar

Syriac Maronite Union-Tur Levnon

Asociado de maronitas.org

Escrito para Ici Beyrouth

Publicado el 17 de febrero de 2023


Ernest Renan, interesado por el origen del hombre, los pueblos y las sociedades, se preguntaba por la esencia de las culturas, las civilizaciones y las naciones. La evolución de la humanidad estaba en el centro de sus intereses, especialmente la teoría de la selección natural de Charles Darwin. A partir de ahí, fue subiendo peldaños hasta profundizar en las características étnico-geográficas que revelan los vínculos entre las religiones y sus entornos naturales. Así, observó que los pueblos de los bosques eran politeístas y modelaban su religión y sus rituales en función de la diversidad de las estaciones, mientras que los semitas del desierto se inclinaban más por el monoteísmo.


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Mausoleo de Henriette Renan en Amchit. ©William Matar

La vida de Jesús


Renan quiso ir cada vez más lejos en su intento de comprender de forma positivista el origen de las civilizaciones y las religiones. Esto le llevó al Levante, donde enriqueció sus investigaciones sobre la religión fenicia, el judaísmo e incluso el cristianismo. Fue en Ghazir donde escribió La Vie de Jésus (La Vida de Jesús), que le valió la suspensión de su puesto de profesor de hebreo en el Collège de France por blasfemia e insulto a la fe cristiana. Fue el primero de los siete volúmenes de su Histoire des origines du christianisme (Historia de los orígenes del cristianismos), publicada entre 1863 y 1883.


Su positivismo le llevó a un acercamiento científico a la persona de Jesús, que le parecía un revolucionario extraordinario, un fundador de la religión absoluta, de la religión por excelencia. Pero, al fin y al cabo, era un hombre, no un Dios. Renan amó y admiró profundamente a Jesús sin divinizarlo. Intentó encontrarse con su realidad en la vida cotidiana, la de los habitantes del mismo país. Visitó el Levante, especialmente el Líbano, al que sentía un apego particular. Dejó tras de sí a su hermana Henriette, es cierto, pero también se encontró con el pasado bíblico y antiguo a cada paso, ante cada rostro y en el sonido de cada voz. La belleza de la gente que encontraba los domingos en las plazas de las iglesias, los cantos litúrgicos, la frescura de la naturaleza y el acento de los aldeanos se combinaban con sus descubrimientos arqueológicos y sus conocimientos antropológicos y lingüísticos.


Líbano


Escribió: «Bajo el nombre de siríaco, e identificado con el dialecto de las poblaciones del Líbano, el fenicio atravesó la Edad Media». Fenicia no había desaparecido; seguía ahí, viva. Pocas personas han comprendido y sentido el Líbano tan íntimamente como Ernest Renan. Llegó al Líbano con el ejército de Napoleón III y emprendió la primera campaña arqueológica con su Mission de Phénicie (Calmann-Lévy, 1864); Misión de Fenicia). Esta obra es un tesoro que no se limitó a una sola parte de la Antigüedad, sino que incluyó descubrimientos fenicios, griegos, romanos, bizantinos, francos y siríacos. Al estudiar todos estos estratos, Renan comprendió la porosidad que caracteriza a estos periodos entrelazados. Se continúan y se complementan. La cultura local se encuentra con cada uno de ellos. El fenicio asimila el arameo antes de abrirse al griego. El arameo se heleniza y cristianiza para dar lugar al siríaco, y todo ello resuena aún en el «dialecto de las poblaciones del Líbano».


Renan no conoce necesariamente el fenicio, pero domina otra forma de cananeo, el hebreo. Utilizó la escritura hebrea para transcribir los epígrafes fenicios de su Mission de Phénicie. Su conocimiento del cananeo le permitió distinguir similitudes en el siríaco litúrgico que escuchó, así como en la lengua dialectal que encontró en las montañas.


Pero Renan también comprendió la influencia de la naturaleza salvaje y las profundas gargantas del Líbano en la religión fenicia y en el cristianismo maronita. Así como el culto pagano parece haberse nutrido de la brutalidad de los valles oscuros y escarpados, la suavidad de las laderas mediterráneas impregna el rito cristiano y la personalidad de sus montañeses.


¿Qué es una nación?


Como profesor de hebreo, autor de una Histoire du peuple d’Israël (Historia del pueblo de Israel), jefe de la campaña arqueológica en Fenicia en 1860, y tras haber visitado Grecia y Asia Menor en 1865, Renan enriqueció sus observaciones ya adquiridas en Europa sobre las nociones de cultura e identidad. ¿Qué diferencia a una sociedad de otra y cómo definir a un pueblo? «¿Qué es una nación?», seguía intentando comprender en una conferencia que pronunció en la Sorbona en 1882.


La noción de Estado-nación era todavía un concepto relativamente reciente. En la antigüedad, tanto para los fenicios como para los griegos, la pertenencia era relativa a una ciudad y a su territorio inmediato. Para los romanos, bizantinos y otomanos, era el imperio el que borraba cualquier otra consideración. Pero el siglo XIX es el siglo del gran cuestionamiento: ¿es la nación una comunidad de raza, lengua o religión? ¿Está necesariamente definida por fronteras naturales?


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Estudio de las inscripciones siríacas de Kfifen, Ilige y Smar-Jbeil, en «Mission de Phénicie» (Calmann-Lévy, 1864). © Dibujos de Édouard Lockroy.

Raza


La raza es lo que menos define la nacionalidad. El Imperio Romano había desafiado esta noción al privilegiar la ciudad o la provincia, independientemente del origen de sus habitantes. El cristianismo, por su carácter universal, le asestó el golpe definitivo. En Oriente, cuando la Provincia Syria cristianizada desarrolló su nueva lengua siríaca, no hizo distinción entre fenicios, arameos o griegos. En Occidente, las invasiones bárbaras trazaron las fronteras entre sus respectivos reinos sin tener en cuenta lo más mínimo los datos étnicos.


Francia sería así celta, ibérica y germánica, nos dice Renan; Alemania sería germánica, celta y eslava; Italia reuniría galos, etruscos, pelasgos y griegos; las Islas Británicas ofrecerían una mezcla de sangre celta y germánica. Para Renan, el criterio racial es una quimera. Nos recuerda cómo «el estudio de la raza es de capital importancia para el erudito que se ocupa de la historia de la humanidad, mientras que no puede tener ninguna aplicación en política».


Más recientemente, el investigador Pierre Zalloua, conocido por sus trabajos sobre el genoma fenicio e incluso maronita, ha declarado en repetidas ocasiones que sus descubrimientos no definen la identidad, ya que ésta sigue siendo un valor cultural. Su trabajo sobre el ADN, afirma, debe seguir siendo comparable al de los arqueólogos que sondean el suelo en capas sucesivas. Los datos obtenidos tienen el mérito de arrojar luz sobre acontecimientos, estratos, fechas y movimientos, no sobre la identidad de un grupo humano.


La lengua


A la vista de varias experiencias, la lengua, no más que la raza, no parece definir la nacionalidad. Renan pone el ejemplo de Suiza, donde coexisten tres lenguas, tres religiones y cuatro etnias. Pero también señala casos de mutación lingüística, como Prusia, que hablaba eslavo hace unos siglos, Gales, que se ha convertido en anglófono, y Egipto, cuya lengua ha sido sustituida por el árabe.


La lengua no puede definir la política, aunque su influencia cultural sea innegable. Un brasileño no es portugués, pero la lengua portuguesa que utiliza proyecta sin duda una identidad cultural latina y católica. A través de la lengua inglesa que ha adoptado, Estados Unidos se ha construido sobre un modelo anglosajón y protestante.


Muy a menudo, la lengua ha contribuido a trazar las fronteras entre los países y ha ayudado a la génesis de los Estados-nación. Pero en muchos casos, este criterio por sí solo no ha sido suficiente e incluso puede haber estado ausente. La cuestión es, por tanto, si la religión, la geografía, la historia o algún otro criterio pueden definir la naturaleza de la nación.

 

Para leer el texto original en francés: La nation, vue par Ernest Renan (1/2)


Para leer el texto en inglés: Ernest Renan on the nation (1/2)

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