SIGNACIÓN DEL CÁLIZ, ANÁFORA DE LA
Por: Alberto Meouchi-Olivares
La Anáfora de la Signación del Cáliz o Liturgia de los Presantificados o Qurbono de los Presantificados es una ceremonia maronita que se celebra el Viernes de la Gran Crucifixión en la Semana Santa de Pasión.
Lo característico de esta liturgia es que no se pronuncian las palabras de la Institución de la Eucaristía (la Consagración del Cuerpo y de la Sangre de Cristo), y, por tanto, no ocurre la transubstanciación.
El Gran Viernes de la Crucifixión es un día muy triste, pues la Iglesia conmemora la crucifixión y muerte del Redentor, por lo que el fiel entra en la atmósfera de la Divina Misericordia presente en este tremendo día. El Viernes Santo está en el centro de nuestra fe en Cristo Jesús: “padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos” (Credo de los Apóstoles). En esta profesión de fe ligamos un acontecimiento histórico –“en tiempos de Poncio Pilato”–, con uno meta-histórico –“descendió a los infiernos”. Este descenso no es fácil para el hombre, la muerte es el mayor dilema que no ha encontrado solución, será el último enemigo a vencer (cf. 1 Cor 15,26). La muerte atormenta y acecha al ser humano, y no puede escapar de él: desde sus manifestaciones (colapsos, heridas, enfermedades, vicios, infertilidades, depresiones…pecado) hasta su aparente triunfo (el fin de lo temporal, la vuelta sin retorno… la muerte misma). Este rechazo a la muerte, y las huidas de ella, agudizan la vida, pues a la vida se le busca donde quiera que ella esté.
Así pues, durante el Viernes Santo, el hombre contempla a su Dios que desciende hasta lo más profundo de su miedo, hasta el fondo de su lucha, ¡pero mientras el hombre escapa, Cristo, el Hombre-Dios, no escapó ni huyó de la muerte!... Por eso, en la fe, y así lo refleja la liturgia maronita, este Dios Crucificado es más fuerte que el miedo y la muerte. Esto expresa uno de los horrores de este día: ¡Bendito el que entra en el valle de la muerte! En efecto, este día es un día contrastante: implica, al mismo tiempo, dolor –pasión y muerte– y alegría –redención y esperanza–. La iglesia lo celebra a la luz de la resurrección de Cristo, quien ha sufrido, dándole al Viernes Santo una atmósfera dolorosa y festiva a la vez, no solo para llorar por el sufrimiento de Jesús sino para llorar por los sufrimientos que todos sufrimos, esperado que quien lleve nuestro dolor –Cristo– lo elimine con su resurrección. Este es el sentir de la liturgia maronita en la Signación del Cáliz.
La Anáfora de la Signación del Cáliz, tal como se conoce en la actualidad, fue adaptada por la Facultad de Liturgia de la Universidad del Espíritu Santo en Kaslik (USEK). En el texto se encuentran pasajes completos tomados de la Anáfora del Sharar (ܫܰܪܰܪ), por lo que en algunas ocasiones se le denomina Anáfora del Sharar (ܫܰܪܰܪ), para referirse a la Anáfora de la Signación del Cáliz, pero realmente son distintas anáforas (cf. voz: SHARAR (ܫܰܪܰܪ), ANÁFORA DEL.).
El patriarca Esteban Douaihi († 1704) al final de su enumeración de las fuentes conocidas en su tiempo dice que también hay una fuente, la del رُشِم كُوسو (rushim kusw, “la Signación del Cáliz”), que se celebra en el gran Viernes de Pasión con los Pre-Santificados obtenidos de un sacrificio anterior (ie. en la misa del Jueves Santo de los Misterios), que era conocida como la Anáfora de san Pedro el apóstol, a quien se le atribuye el esquema de esta Anáfora de la Signación del Cáliz, y que la comenzó con la palabra ܫܰܪܰܪ, (sharar, “confirma”), pues fue san Pedro quien recibió el mandado por parte de Cristo de confirmar a sus hermanos (cf. Lc 22, 32). En el momento de la Pasión, la fe de Pedro fue cribada por Satanás (cf. Lc 22, 31), pero Cristo rogó para que su fe no desfalleciera, y, cuando se convirtió recibido el mandato de confirma –ܫܰܪܰܪ– en la fe a la Iglesia.
Lo que distingue a esta Anáfora de la Signación del Cáliz, como ya mencionamos, es la ausencia de las palabras de la consagración; sin embargo, sí hay presencia Eucarística, porque el Cuerpo del Señor ha sido santificado previamente (pre-santificado) en el Jueves Santo.
En esta ceremonia los sacerdotes y diáconos se revisten de luto (i.e. con ornamentos negros, o bien, únicamente con el yibby y estola color roja o negra).
En medio de la nave principal se coloca una mesa con mantel negro y, en ella, un Cáliz Vacío con velos negros, y una vinajera conteniendo mezcla de vino y agua, símbolo del costado traspasado del Señor (cf. Jn 19, 34-37).
El celebrante comienza la misa en el ambón hasta el final de la proclamación del Evangelio y de la homilía, y, luego, se dirige a la mesa donde está el Cáliz y, en procesión y con himnos, traslada en oración al Cáliz Vacío hacia el altar, el cual se encuentra desnudo o con manteles negros y sin velas encendidas. El altar está desnudo como símbolo de la desnudez de Jesús Crucificado.
El sacerdote sale del altar y quema incienso en un turíbulo que se deja en un lugar fijo, sin movimiento, signo de arrepentimiento. En este día, el incienso se quema, pero se deja que produzca su perfume sin evaporación (es decir, sin agitar el quemador), un símbolo de tristeza.
En el momento del rito del la paz, los fieles no se dan el habitual saludo de manos, porque este día no es un día de paz. El patriarca Douaihi explica que “no nos damos la paz con las manos, sino con un un beso en la cara”, tal como lo hizo Judas Iscariote con nuestro Señor, símbolo de la traición. Después del beso, los fieles, unos a otros, se abrazan o tocan los hombros –sin estrecharse las manos– como “símbolo del amor sincero y la fidelidad a la que Dios nos guía” (Douaihi).
El sacerdote continúa las oraciones de la anáfora y, cuando llega a las palabras de la Consagración guarda un profundo silencio, y, sin pronunciar palabra, muestra el Cáliz Vació a la asamblea, luego sigue con la anamnesis, las intercesiones y la invocación al Espíritu Santo sobre el Cáliz Vacío. Terminada la invocación del Espíritu Santo se traslada al lugar donde quedó reservada la Sagrada Eucaristía, consagrada en el día del Jueves Santo. La recoge y la lleva al altar en procesión con cantos, cirios e incienso, y la coloca al lado del Cáliz Vacío. Es costumbre que el sacerdote la lleve en la procesión sobre su cabeza, tal como lo hizo el día de su ordenación sacerdotal, para simbolizar al Gran Sumo Sacerdote, Cristo (cf. Hb 5, 1-10).
Después, tiene lugar el rito de la Fracción del Pan, pero sin la elevación. Al partir el Pan Eucarístico se signa el Cáliz Vacío (de ahí el nombre de la anáfora) con dieciocho cruces.
Estas dieciocho signaciones simbolizan los tormentos infligidos al Redentor, incluso por su propio pueblo, según el Salmo 22 [Vg 21] y los santos Evangelios:
1. El abandono: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿Por qué me has abandonado? (Sal 22, 1);
2. El desprecio: yo soy un gusano, no un hombre, oprobio de los hombres, desprecio del pueblo (Sal 22, 7);
3. La burla: al verme todos hacen burla de mí, tuercen los labios, mueven la cabeza (Sal 22, 8);
4. La deshonra: confío en el Señor, que lo salve él, que lo libre, si es que lo ama (Sal 22, 9);
5. La angustia: no te alejes de mí, que la angustia se acerca, y no hay quien me socorra (Sal 22, 12);
6. La amenaza: me rodea una manada de novillos, me cercan toros de Basán; abren sus fauces contra mí como un león que desgarra y ruge (Sal 22, 13-14);
7. El maltrato físico: me derramo como el agua, se dislocan todos mis huesos, mi corazón se derrite como cera, se deshace en mis entrañas (Sal 22, 15);
8. La sed: seca está como un teja mi garganta, y mi lengua pegada al paladar; me echan al polvo de la muerte (Sal 22, 16);
9. Las turbas enfurecidas: me rodea una jauría de perros, me asedia una banda de malvados (Sal 22, 17a);
10. La crucifixión: han taladro mis manos y mis pies (Sal 22, 17b);
11. El odio: puedo contar todos mis huesos, ellos miran, me observan (Sal 22, 18);
12. La desnudez: se reparten mis ropas y echan suertes de mi túnica (Sal 22, 19);
13. La traición, el arresto, la negación, al huida, los juicios de Anás, Caifás, Herodes y Pilato, los azotes, la coronación de espinas y la condena (Mc 14, 43- 15,20);
14. La compasión a su Madre María y a san Juan al verlos tanto sufrir (cf Jn 19, 26-27);
15. La Amargura: probó el vinagre y dijo: todo está consumado (Jn 19, 30);
16. La muerte: Jesús dando de nuevo una fuerte voz, entregó el espíritu (Mt 27, 50);
17. El costado traspasado por una lanza (Jn 19 34-37);
18. El descenso de la cruz y el entierro (Jn 19, 38-42). Después de signar el Cáliz se deposita el trozo de la Eucaristía dentro del mismo Cáliz con la oración “tu has unido tu divinidad con nuestra humanidad…tu vida con nuestra mortalidad” (Oración de la Unión en la Fracción del Pan). Esto simboliza que el Cuerpo “muerto” del Señor, es colocado en la sepulcro.
Finalmente se reza la Oración del Señor (i.e. el Padrenuestro) y se hace el rito penitencial previo a la comunión. Se comulgan todas las formas eucarísticas, incluso las del Sagrario. La Anáfora concluye, pues, sin la presencia Santa de la Eucaristía, ni siquiera la de los Pre-Santificados, quedando, así, abierta la puerta para la ceremonia de la Adoración de la Cruz que incluye los ritos del descenso del Cuerpo del Señor y del Entierro.
El tema de esta anáfora es el Cáliz en su conjunto. El Cáliz simboliza el sufrimiento de Cristo en el Calvario, y este sufrimiento –este Cáliz– fue brutalmente infringido. Siendo el Cáliz de la acción de gracias, recibió un trato de ingratitud; siendo el Cáliz de la bondad, le pagan con el mal; siendo el Cáliz del amor, lo odian. Pero este Cáliz al ser levantado (cf. Jn 8, 28), es en verdad el Cáliz de salvación y propiciación de todos los pecados, y, al dar nueva vida, se convierte en un Cáliz de alegría que abre las puerta de la tierra al Paraíso. Así el Cáliz representa la abundancia y contiene la inmortalidad. En el Cáliz se vierte la Sangre Cristo, el principio de vida, y simboliza con ello, la aceptación del don y de la voluntad de Dios por parte del hombre, tal como lo expresa el salmista: “el recibirá la bendición del Señor, y la justificación del Dios su Salvador” (Salmo 24 [23], 5). El Cáliz también es la fuente de vida; pues todas la culturas orientales consideran al Cáliz, como símbolo del manantial del agua viva o del agua pura; para los orientales el manantial de agua es la primera manifestación real del fundamento de la vida: sin agua no hay nacimiento ni vida. Alrededor de los ríos Éufrates, Tigris y Orontes se establecieron las importantes civilizaciones siríacas, precisamente por el agua, que irrigaron desde Siria hasta Mesopotamia, que, con sus dos ríos (Éufrates, Tigris) dibujan la forma de un Cáliz.
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Cómo Citar:
Meouchi-Olivares, A. (2019). Diccionario Enciclopedico Maronita. iCharbel-Editorial.
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