«Según este concepto de subsidiariedad, la sociedad se construye y gestiona siempre de abajo arriba. Partiendo del principio fundamental de la dignidad de la persona humana, ésta empieza por el individuo, dotado de libertad y derechos inalienables»: Dr. Iskandar
Por: Dr. Amine Jules Iskandar
Syriac Maronite Union-Tur Levnon
Asociado de maronitas.org
Ante el colapso del país, del Estado y de todas las instituciones públicas e incluso privadas, ¿es razonable esperar una hipotética recuperación de nuestra economía? La descomposición es tal que ningún cambio local, regional o internacional podría producirse en el tiempo necesario para salvar a la población de lo peor.
No sólo los aliados tradicionales del Líbano no harán nada para ayudarlo a salir del marasmo político, sino que también está claro que nunca habrá ayuda financiera. Pero, ¿podemos desesperarnos y rendirnos ante el desastre humanitario? Siempre hay soluciones que han demostrado su eficacia a lo largo de la historia en todas las sociedades y continentes. Y estas son las posibilidades más simples, más básicas y más obvias, tan obvias que ni siquiera se sospechan.
En su homilía del 18 de abril de 2021, el patriarca maronita Bechara Pedro Rai instó desde Bkerke «a las federaciones de municipios, asociaciones y partidos a unir sus esfuerzos y cerrar filas para garantizar la recuperación económica con el fin de ayudar a todos los libaneses a evitar el colapso de su país». Allí donde el Estado central ha fracasado, es imperativo dejar que las autoridades locales administren y respondan a las necesidades inmediatas y cotidianas. Esta observación, por obvia que sea, está lejos de aplicarse en el Líbano, donde todo, hasta los detalles más insignificantes, tiene que pasar por el gobierno central.
La gestión directa de la sociedad y de sus asuntos básicos puede ser realizada de la manera más natural y eficiente por el municipio cuando éste cuenta con las prerrogativas necesarias. Y cuando esta entidad comprueba que carece de los medios necesarios, puede recurrir a la autoridad superior, que es la federación de municipios de la región o caza. Esta solución de rescate recomendada por el patriarca les pareció a algunos una improvisación en caso de emergencia. Y, sin embargo, esta es la directriz más constante de la Doctrina Social de la Iglesia, que establece su «filosofía social» sobre este llamado Principio de Subsidiariedad. Se formuló explícitamente en 1931 en la encíclica Quadragesimo Anno del Papa Pío XI.
Según este concepto de subsidiariedad, la sociedad se construye y gestiona siempre de abajo arriba. Partiendo del principio fundamental de la dignidad de la persona humana, ésta empieza por el individuo, dotado de libertad y de derechos inalienables. Las funciones que no puede realizar solo se llevan a cabo en el ámbito de la familia, que es la célula sobre la que se construye la sociedad. Al igual que la autoridad municipal no puede intervenir en los asuntos de la familia, el nivel superior (federación de municipios) no puede intervenir en los del municipio. Este sistema proporciona una protección absoluta a cualquier entidad frente a los abusos que puedan provenir de una jerarquía que la supere.
La Doctrina Social de la Iglesia afirma que nunca corresponde a una autoridad superior inmiscuirse en la esfera de una comunidad media o inferior, ni limitar su acción. Considera que tales acciones son injustas y de naturaleza que «perturban el orden social de manera perjudicial». Porque cada persona, familia o entidad social se caracteriza por una originalidad que sólo ella es capaz de ofrecer para enriquecer a la comunidad. La limitación de estas capacidades es un delito. Tal gravedad va mucho más allá de la ya probada hipertrofia de los aparatos públicos, ahogados en la mentalidad asistencialista y la excesiva burocratización. Esto último, como todo el mundo sabe, abre el camino a todas las formas de abuso y despilfarro, por no hablar de corrupción.
La clase política, dotada de virtuosismo en el campo de las interpretaciones y contextualizaciones, se inclina a veces por limitar las prerrogativas de las comunidades de nivel inferior o medio con el pretexto de situaciones anormales o temporales. Anticipándose a ese mal uso, la Doctrina Social de la Iglesia advierte contra cualquier intento de «negar o limitar la subsidiariedad en nombre de una supuesta democratización o igualdad de todos en la sociedad». La igualdad entre comunidades no puede en ningún caso suprimir o limitar las iniciativas y especificidades de los distintos componentes.
La articulación pluralista de la sociedad debe preservarse a todos los niveles como garantía de sus fuerzas vitales. El reconocimiento de las realidades territoriales y culturales permite promover la dignidad de la persona. Sin embargo, este pluralismo no puede encontrar su realización fuera del principio de subsidiariedad que está en el corazón de la enseñanza de la Iglesia, y que está en la fuente del concepto político de federalismo. Así, el proyecto de Iyad Boustany de una «República Federal del Líbano» se construye enteramente en torno a este valor inalienable. También se opone fundamentalmente a la idea de una descentralización administrativa «avanzada o ampliada» que, en esencia, se decide, aplica y administra en la cúspide del Estado.
El poder central no puede establecer las estructuras de las unidades regionales, ya que la construcción debe hacerse de abajo hacia arriba. Son las regiones autónomas las que establecen las esferas superiores, hasta llegar al Estado Federal. Por lo tanto, el Estado Federal sólo puede intervenir en los asuntos de los rangos inferiores en un marco de competencias puramente complementarias y limitadas en el tiempo. Esta función no debe perder nunca de vista su carácter excepcional.
Las estructuras estatales se construyen desde el hombre y para el hombre como valor absoluto. Las leyes se promulgan no para su sometimiento, sino para su desarrollo individual como miembro de un grupo. Toda la comunidad política debe estar al servicio de la sociedad, sin la cual no tiene razón de ser. Porque, en definitiva, es el hombre «concebido como un ser autónomo, relacional y abierto a la trascendencia», el que sigue siendo el punto central de la Doctrina Social de la Iglesia. Esta visión se opone profundamente a ciertas formas de gobernanza centralizada e inadecuada que pretenden borrar al grupo social y cultural y someterlo a sus propias demandas y a las necesidades de su administración burocrática. Esto es lo que ha hecho el modelo libanés de forma agresiva y autodestructiva desde el principio de los años 90. Se ha colocado como antagonista y rival del ciudadano. Ha destruido la originalidad y la iniciativa privada, que sobresalía allí donde el Estado no estaba presente. Hoy en día, el respeto al principio de subsidiariedad ya no parece una opción o un lujo, sino la única salida posible, capaz de salvarnos de lo peor.
Leer el artículo en francés: Le principe de subsidiarité, une dernière chance pour les Libanais
Leer el artículo en inglés: The principle of subsidiarity, a last chance for the Lebanese people
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