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MENSAJE DEL PATRIARCA MARONITA A LOS SACERDOTES CON OCASIÓN DEL JUEVES DE LOS MISTERIOS

Actualizado: 26 mar

Con el lema «Los amó hasta el fin» (Jn 13, 1), el patriarca Bechara Pedro Raí ha enviado su habitual mensaje de Jueves Santo de los Misterios a todos los sacerdotes maronitas del mundo entero, en que los invita a renovar su amor a Dios mediante la santificación de su sacerdocio ministerial y entrega a su pueblo.




Mensaje a los sacerdotes

dirigido por Su Beatitud y Eminencia el Cardenal Mar Bechara Pedro Al-Raí

Patriarca de Antioquía y de todo el Oriente,

con motivo del Jueves de los Misterios, 28 de marzo de 2024.



«Los amó hasta el fin» (Jn 13, 1)


  1. En su última cena con sus doce discípulos, antes de su pasión y muerte en la cruz, en la víspera de la Pascua, Jesús «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin». De la abundancia de este amor instituyó los misterios de la Eucaristía y del Sacerdocio para la continuidad del sacrificio de sí mismo por la redención del mundo y por el banquete de su Cuerpo y Sangre para la Vida Divina en nosotros. Nuestro sacerdocio nació de esta abundancia de amor divino, del que se nutre y crece, y este amor se renueva mediante nuestra celebración diaria. Es un testimonio permanente de Cristo Sacerdote y Oblación. En su última cena, nuestro Señor tomó el pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía» (Lc 22, 19). Y tomando el cáliz habiendo dado gracias, se lo dio a sus discípulos y les dijo: «Ésta es mi sangre de la nueva alianza, que es derramada por muchos» (Mc 14, 23-24). Por la gracia del sacerdocio, Cristo nos ha hecho servidores y custodios de este tesoro no sólo para actuar en las almas con el poder de esta acción, sino para que actúe en nosotros y en ellos por el poder de nuestra santificación personal en Él, especialmente porque actuamos en la persona de Cristo y en nombre de la Iglesia (véase Catecismo de la Iglesia Católica,1548-1553). En este ministerio no somos sólo un instrumento o un trasbordador por donde pasan las bendiciones divinas sin ser santificados por ellas. La tierra que recibe la lluvia es irrigada por ella y la cede a otras.

  2. Me complace unirme a ustedes en este día lleno de misterios, en el que se reúnen en torno a sus obispos —física o espiritualmente— en el Líbano, en el territorio patriarcal y en las eparquías de la expansión, para renovar sus promesas sacerdotales y su obediencia a sus pastores y su fidelidad a Cristo, Sumo Sacerdote, que nos ha confiado el sacrificio oferente de Sí mismo por nosotros y por todos los hombres, y nos ha sentado a la mesa del Banquete de su Cuerpo y de su Sangre, como sustento para nosotros y para toda la humanidad, y así edificar el cuerpo místico de Cristo con sus fieles en sus diócesis y parroquias.

  3. Es para mí una alegría felicitarlos a ustedes, hermanos míos, señores obispos, y a sus sacerdotes diocesanos y monjes, por el aniversario de la institución de nuestro sacerdocio. Y con aquella especial mirada de amor con la que Cristo el Señor nos llamó a cada uno de nosotros, y tal como le respondimos con amor en nuestro primer día, renovemos hoy este amor, con reverente temor ante el Misterio de su presencia sacramental en la Sagrada Eucaristía, frente la cual fieles y creyentes se postran durante esta Noche Santa, respondiendo al llamado de Jesús a sus apóstoles en la noche de su Pasión diciendo: «velen y oren para no caer en la tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mc 14, 38). Con estas palabras nos enseña a superar las experiencias de debilidad, retroceso y desesperación mediante la vigilancia y la oración.

  4. Nuestro sacerdocio no proviene de nosotros, ni es una resolución de nuestra voluntad o deseo, sino que es un don precioso y gratuito del corazón de Cristo que nos lo ha confiado y se convierte en una pesada responsabilidad, pues la aceptamos con nuestra libertad y mediante un acto de amor: a través del sacerdocio, el Espíritu nos constituye como mediadores de amor entre Dios y el pueblo, como mediadores con el pueblo llevándole los dones divinos y como mediadores de Dios llevándole las oraciones del pueblo hacia Él, para compensar, de alguna manera, sus pecados. Esta mediación es una participación en la única y definitiva mediación de Cristo.

  5. El sacerdote como co-mediador está llamado a reflejar el rostro de Cristo con su paternidad, su cercanía a su pueblo, su ternura y sus sentimientos humanos. Nuestro pueblo exige y espera de nosotros esta paternidad encarnada en el comportamiento y en la manera de tratar con la gente, en la práctica, en el servicio, en el hablar y en las relaciones. El pueblo nos pide que seamos sacerdotes de oración, dedicación y disponibilidad para cada servicio y que lo realicemos con alegría. Por lo tanto, el sacerdote necesita una gracia divina que lo santifique, para que sea digno de participar en la mediación con Dios y con el pueblo, por lo que no administra los sacramentos confiando sólo en el poder del sacramento mismo «ex opere operato», sino que le corresponde santificarse primero él mismo por estos sacramentos para poder poner en práctica los misterios salvíficos de la Iglesia. El pueblo espera que seamos testigos de la salvación que hemos alcanzado antes de desear tenernos como maestros de la Palabra, administradores de los sacramentos y pastores responsables de la salvación de nuestro pueblo.

  6. Les escribo a ustedes, amados míos, para felicitarlos nuevamente por la fiesta de la fuente de nuestro sacerdocio, esperando de Dios, por intercesión de nuestra Madre, la Virgen María y Madre de los sacerdotes, la gracia que a todos nos santifica y por la que renovamos las promesas de nuestro sacerdocio. Les reitero mi cariño, mis oraciones y bendición apostólica.



Dado en Bkerke, el 25 de marzo de 2024, fiesta de la Anunciación de la Virgen María.



Su Beatitud el cardenal Mar Bechara Pedro Al-Raí

Patriarca de Antioquía y de todo Oriente




 

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