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Hay que saber morir para vivir

Actualizado: 31 ago 2021

Homilía del obispo maronita de Antelias, Mons. Antoine Bounajem, en Annaya el 13 de agosto de 2021


Por: Dr. Amine Jules Iskandar

Syriac Maronite Union-Tur Levnon

Asociado de maronitas.org


maronites, maronitas
Mons. Antoine Bounajem en el santuario de san Charbel en la localidad de Hammana el miércoles 21 de julio de 2021. Crédito de la foto: © Hind Bou Assaf

El 13 de agosto por la tarde, tuve la oportunidad de asistir a la misa de la «Familia de Mar Charbel» en Annaya, celebrada por el obispo de Antelias, mons. Antoine Bounajem. Como siempre, sus palabras fueron poderosas, su mensaje centrado, su voz clara y ferviente. El público se sintió interpelado y sacudido. Un mensaje cristiano que no sacude no es cristiano en absoluto. Debe ser violento y calmante, tranquilizador y reconfortante al mismo tiempo. Porque nos acerca a Cristo, a su terrible pasión y a su infinito amor.


No puedo pretender retransmitir la integridad de su homilía por simple memoria. Pero el eco de sus palabras aún resuena en mi mente. Entonces intentaré ser lo más fiel posible, en la medida en que mi memoria me lo permita. El joven obispo comenzó su homilía en estos términos:


«En estos tiempos difíciles, la muerte está en todas partes, en boca de todos. Nuestro país está muriendo, nuestras costumbres también, nuestra alegría de vivir, nuestras familias dispersas y desgarradas por el exilio. Marchamos, todo un pueblo, hacia el fin de todo lo que habíamos conocido y asimilado a los atributos de la vida. El miedo en el vientre, la tristeza en el corazón y la desesperación nos persiguen y nos acompañan en esta macabra e ineludible marcha hacia la muerte. Y, sin embargo, san Chárbel conoció la muerte tres veces. La primera vez fue cuando decidió abandonar el mundo para entrar al monasterio. La segunda vez cuando eligió abandonarse a sí mismo para irse a la ermita. Pero sólo has oído hablar de su tercera muerte, ocurrida en Nochebuena. Así que déjame contarte las otras dos, las dos veces que murió para poder brotar y brillar de nuevo.


»La muerte para el cristianismo es el principio de la vida. La pasión y la cruz son sólo el camino hacia la resurrección y el triunfo. Cristo nos habló tantas veces de la necesidad de saber morir para dar vida. Lo hizo en parábolas, como cuando habló de la semilla de mostaza que debe morir y ser enterrada para que nazcan la planta y sus flores; o cuando habló de la levadura que se ha de mezclar en la harina para fermentar en el pan. Sin la muerte, no hay creación, ni renovación, ni perfección.


»Esta muerte, san Chárbel la eligió. La apreció despojándose de todo lo superfluo, de todos los bienes materiales. De ninguna manera la hemos elegido nosotros mismos, pero ¿no podemos aceptarla para descubrir la nobleza de la resistencia, la fuerza de la fe y lo desconocido que depara el futuro? A los que echan de menos la vida opulenta de antes, les digo que si después de esta crisis nos encontramos en las mismas condiciones, esa sería la verdadera tragedia. Porque en tal caso todo nuestro sufrimiento y sacrificio habrá sido en vano. ¿Y qué hay de la sangre de nuestros mártires? Los del 4 de agosto y los de toda nuestra humilde y heroica historia. Es fundamental que cada serie de pruebas nos pueda enriquecer con una capa de santidad.


»Despojarse de todos los placeres, de la lujuria, de los viajes, de la electricidad, del internet, de los grandes buffets de las bodas pomposas, del boato y de la exhibición hasta el asco a veces, es poder volver a lo esencial, reaprender los valores del cristianismo y la felicidad de la resistencia de la vida frente a la muerte. Nuestra fe frente al fanatismo, nuestro Líbano frente al oscurantismo, nuestra cultura, nuestra apertura y nuestro amor frente a la ignorancia y al odio.


»Pero para hacer esto, debemos resistir; y resistir no es irse. ¿Qué vemos hoy? Gente de poca fe que abandona todo, da la espalda a un Líbano enfermo y se va. No hay nada de cristiano en esto. Rechazan la confrontación, el sufrimiento, la muerte y la resurrección que implica. Algunos no tendrán elección y se verán obligados a irse. Así que no me dirijo a ellos, sino a los que tienen la posibilidad de quedarse y formar nuestra resistencia. Los que se van es porque son incapaces de vivir sin sus lujos. Se niegan a soportar un periodo sin electricidad e internet, sin gasolina y sin salir de fiesta. Entre estas personas veo algunas muy acomodadas que corren detrás del bienestar y abandonan a su patria y a su pueblo necesitado. En primer lugar, me dirijo a la mayoría de los médicos. Tú que has ganado tanto dinero a lo largo de los años, y que ves que tus ingresos disminuyen. ¡Abandonas a nuestros enfermos sin cuidados para mantener tu nivel de vida! Hoy, más que nunca, te necesitamos. ¿Mides el valor de tu persona por la magnitud de tus ingresos? ¿Es éste su valor? ¿Es proporcional a tus ahorros? ¿No puedes trabajar por tu prójimo durante un tiempo? En verdad te digo que, a dondequiera que vayas, tu espíritu no encontrará ni alegría ni paz.


»Nuestro Líbano debe permanecer, y su mensaje cristiano debe seguir brillando. El Líbano no es un pedazo de tierra. Somos nosotros, los hombres y mujeres que hemos aguantado durante siglos y hemos resistido siempre para llevar la palabra de Cristo a lo alto en esta parte del mundo. Esta montaña es el mensaje de Jesús, y hace que nuestra presencia aquí sea una misión y un deber. Aceptemos, como Mar Charbel, morir para vivir para Cristo, y es ahí donde descubriremos la verdadera alegría, la recompensa y la felicidad».

 

Leer el artículo en francés: Il faut savoir mourir pour pouvoir vivre

Leer el artículo en inglés: You have to know how to die to be able to live



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