El espíritu de abnegación de los habitantes del Monte Líbano no era sólo un alejamiento o una retirada de las riquezas de este mundo, sino sobre todo una liberación de la mente y del corazón. Así, su espiritualidad, vivida en su vida cotidiana, se convirtió en el fundamento de su libertad, que acabaría asociándose al principio mismo del Líbano.

Por: Dr. Amine Jules Iskandar
Syriac Maronite Union-Tur Levnon
Asociado de maronitas.org
Escrito para Ici Beyrouth
Publicado el 6 de mayo de 2023
El Líbano se construyó en torno a monasterios alrededor de los cuales se edificaron viviendas y campos en terrazas. Fue un trabajo a largo plazo, secular, a veces milenario, como las gotas de agua que erigen paciente y discretamente las estalagmitas. Fue al amparo de un poder otomano, autoproclamado califato, que estos pueblos se reconstruyeron, ampliaron, desarrollaron y prosperaron, sin hacer aspavientos. Esta resistencia milagrosa no puede entenderse sin comprender la espiritualidad que animaba al conjunto de esta sociedad montañesa.
En el monasterio de San Marón de Annaya, el peregrino descubre la reconstitución de una escena de la casa familiar de san Chárbel. De niño, vivió allí con sus padres, hermanos y hermanas. Su biografía destaca la devoción de los miembros de su familia, especialmente de su madre Brigitta. El espectador recuerda uno de esos casos especiales de hogares devotos que producen santos. Y, sin embargo, el relato nos muestra que esta condición no era excepcional; era la vida cotidiana de todos los componentes de esta población tan cercana a los Evangelios y a la tierra.

El año litúrgico
La fe cristiana estaba en el corazón de la sociedad, definía su ritmo de vida, sus valores e incluso sus aspiraciones. No estaba en absoluto reservada a las misas dominicales y a las oraciones vespertinas, sino que dirigía y organizaba la vida, no como una religión, sino como una espiritualidad. Se encarnaba en el espíritu de humildad, abnegación y sencillez. La mitad del año litúrgico consistía en ayunos, y la segunda mitad incluía periodos de restricción de ciertos alimentos. Las oraciones acompañaban cada comida, así como las horas de vigilia y de sueño. El arado de los campos, el mantenimiento de los terraplenes y la recolección de las cosechas se realizaban al ritmo de himnos siríacos basados en versículos bíblicos.
Mucho más que las fiestas del calendario litúrgico, era el tiempo de ayuno el que ocupaba el corazón de la sociedad y regulaba su vida. Es este momento de privación, sentido como unión con Cristo, el que el obispo Simon Atallah presenta como un «acompañamiento o viaje, guiado por el propio Jesús». Los momentos de celebración venían sólo en segundo lugar, como realización de la experiencia de este encuentro con lo divino y su acogida. Toda la sociedad estaba en ósmosis total con su Iglesia, según el modelo de San Juan Crisóstomo, para quien nada diferencia a los monjes de los laicos, «salvo la cohabitación con una mujer».
La familia
Esta forma de «escatología moralizante», por citar al padre Michel Hayek, garantizaba la modestia, la humildad y el espíritu de sacrificio que están en el origen de toda empresa noble en la progresión de la humanidad. La unidad familiar maronita tomaba como ejemplo a la Sagrada Familia, de la que pretendía ser una reproducción en la medida de lo posible. Según esta concepción, la santidad no está fijada en el espacio ni en el tiempo. No se limita a las ermitas ni a los recintos de los monasterios, ni podría alcanzarse jamás. Está, citando al obispo Gabriel Barcleius, «en perpetuo crecimiento», evolucionando con la guía de Cristo, tanto en la experiencia individual como para la comunidad en su camino nacional.
La vida de estas personas giraba en torno a la Eucaristía, haciendo de la Hostia su centro. Toda la semana era una preparación para este momento de recibir el Cuerpo de Jesús. En torno a este valor central, explicitado por el Patriarca Esteban Douaihy, formaron lo que Jad Hatem llama «una comunidad eucarística». Y como tal han compuesto y estructurado su sociedad, empezando por sus parroquias. Mientras que la lengua siríaca designa la iglesia con la palabra 'idto, los maronitas han preferido el término knoushto, que se refiere a la reunión, a la comunidad.
