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La intemporalidad de la música sacra

Actualizado: 21 ene

En las cuevas prehistóricas, los cantos, murmullos y rugidos se combinaban con la atmósfera de las pinturas rupestres y el calor de los braseros. Las oraciones, desde los tiempos más remotos, hasta todas las religiones con sus diversas tradiciones, han ido acompañadas de sonidos y cantos que transportan lo invisible y lo intemporal.

#san–charbel

Por: Dr. Amine Jules Iskandar

Syriac Maronite Union-Tur Levnon

Asociado de maronitas.org

Escrito para Ici Beyrouth

Publicado el 10 de diciembre de 2022


En las cuevas prehistóricas, los cantos, murmullos y rugidos se combinaban con la atmósfera de las pinturas rupestres y el calor de los braseros. El hombre se apropió de la naturaleza para dominar sus elementos y sentirse dueño de la vida. Reprodujo formas animales, sonidos de tormentas, gritos de bestias, coreografías miméticas, y dejó, aquí y allá, la huella de sus manos en los muros de un lugar ahora sagrado. Las oraciones, desde los tiempos más remotos y hasta todas las religiones con sus diversas tradiciones, han ido acompañadas de sonidos y cantos que transportan lo invisible y lo intemporal.


¿Cómo puede expresarse lo divino cuando es por excelencia inefable? Para San Agustín, cantar es una forma de júbilo y, por tanto, de ir más allá de las palabras. Este canto, llamado jubilus, libera el espíritu y permite una plenitud sin límites, trascendiendo las fronteras del vocabulario y haciendo del corazón una fuente de regocijo. «Hymnus ergo tria ista habet et cantum, et laudem, et Dei», decía San Agustín en el siglo V (El himno es a la vez un canto, una alabanza, y eso, para Dios).

#maronitas
La cueva de Lascaux. Foto Vincent Gire/Milan Press, www.1jour1actu.com

Los cinco sentidos


La canción retoma las historias de los acontecimientos para perpetuarlas transmitiéndolas en la memoria. Un texto cantado no se olvida. El ritmo permite diseccionar, comprender y asimilar las palabras para retenerlas mejor. La melodía inscribe el texto en la mente y lo hace agradable. Puede reproducirse infinitamente e incluso enriquecerse, mejorarse, embellecerse y diversificarse con cada nueva interpretación. De chamán a chamán y de generación en generación, la oración, la historia y la fórmula se desarrollan en la continuidad de la herencia.


Hay que sentirlo todo. Todo está escenificado para conmover los cinco sentidos. La vista queda cautivada por el espacio troglodita, la luz de las llamas, las formas y los colores de la cueva. El oído se adormece con el canto y su musicalidad, o se excita con la percusión de piedras, maderas y tambores en cuevas con cualidades acústicas particulares. El tacto siente la roca y el calor del fuego. El sentido del olfato se estimula con los olores de los aceites, las plantas y el humo. El sabor tiene su parte en la oferta comestible, desde las semillas hasta la carne y la sangre.


San Charbel
Incensario de los monasterios trogloditas de la Qadisha. Foto encontrada en Internet

El presente absoluto


El fenómeno divino es coextensivo con el tiempo, en el sentido de que el acontecimiento se prolonga en una contemporaneidad infinita. Estimular los sentidos es una forma de revivir este presente absoluto, este momento eternamente renovable, sin perder nunca su intensidad. Es un proceso que nos hace sentir la presencia de lo divino o lo extrasensorial mediante el recurso a experiencias familiares, accesibles y carnales. El canto es la esencia de este conjunto. Acompaña las ofrendas y provoca el baile. Embellece las imágenes pintadas, realzadas con perfumes e incienso. Con la imagen, representa lo divino en proximidad y contemporaneidad. Cuenta, alaba, adora y celebra la historia de lo sagrado.


Desde los hechiceros de las cuevas prehistóricas hasta los sacerdotes budistas, mesopotámicos y egipcios que acompañaban las almas de los difuntos con himnos y música, el canto nunca ha dejado de transmitir la herencia de lo sagrado en las distintas civilizaciones. Desde los icaros del Amazonas hasta las orquestas sinfónicas de Europa, pasando por los tambores africanos o mongoles, los himnos siríacos o bizantinos y el canto armenio o gregoriano, la humanidad ha transportado sus pensamientos, aspiraciones y creencias en ritmos y rimas. Para transmitir sus valores, todas las culturas han acabado poniendo música a la palabra.


Prohibiciones


A diferencia de los cultos cristiano, hindú y sij, que han sido especialmente aficionados a la música, el budismo y el islam han tenido relaciones conflictivas con ella. Pero aquí y allá se han desarrollado vocalizaciones para eludir las prohibiciones. Esto es lo que el budista experimenta en el «Om» del yoga, que procede del hinduismo. Es también lo que el musulmán puede experimentar en la tradición del sufismo, desde la forma más austera hasta los derviches giratorios para quienes la palabra religiosa, la de Alá, es capaz de hacer lícita la música. En este sentido, ¿no es también la llamada a la oración del muecín, en sí misma, una forma musical? Por no hablar de las cantilenas del Corán.


Además, en la tradición budista, no olvidemos el canto del Sutra, que hace un amplio uso de la música integrada en un escenario teatral, realzado por luces e imágenes, y embellecido con los colores y aromas de las lluvias de flores. No olvidemos Ache Lhamo (Diosa hermana), del repertorio budista tibetano, que combina danzas y canciones populares.