Para Ernest Renan, «la existencia de una nación es un plebiscito cotidiano». Nada es inmutable. Es el pueblo, formado por seres libres, el que es sagrado, no el país, que se supone que está a su servicio. Cuando surgen dudas sobre un territorio, hay que consultar a la población local, no a ideólogos elitistas y grandes teóricos.
Por: Dr. Amine Jules Iskandar
Syriac Maronite Union-Tur Levnon
Asociado de maronitas.org
Escrito para Ici Beyrouth
Publicado el 24 de febrero de 2023
En su conferencia «Qu’est-ce qu’une nation» (i.e.: ¿Qué es una nación?), pronunciada en 1882 en la Sorbona, Ernest Renan intenta definir este concepto mediante un razonamiento por eliminación. Comienza por descartar las nociones de raza y lengua mediante ejemplos que las desacreditan de entrada. Pero hay otros criterios a tener en cuenta, como la religión, la geografía, el patrimonio y, por lo tanto, la historia y la cultura. Cada uno de estos componentes puede apoyar en cierta medida la formación de una nación, sin ser necesariamente el elemento instigador sobre el que descansa y encuentra su razón de ser.
Religión
La religión no puede definir a la nación, sobre todo cuando ha sido impuesta por un vencedor a un vencido. ¿Cómo explicar si no que los kurdos sin tierra no se disolvieran en el mundo árabe-suní? ¿Cómo entender el deseo de dos pueblos europeos, con la misma lengua y la misma religión, de formar naciones separadas?
Sólo cabe preguntarse por qué las poblaciones del norte de África, que han adoptado o se les ha impuesto el islam, y a veces incluso la lengua árabe, siguen sintiéndose hoy fundamentalmente amaziges (tb. conocidos como bereberes). Si asistimos a conversiones al cristianismo en varios pueblos de las Cordilleras del Atlas, y si vemos un claro renacimiento de la lengua amazige, nos sentimos aún más inclinados a querer comprender qué fue lo que originó estos trastornos conscientes de la sociedad.
Geografía
Al igual que las lenguas y las religiones, las fronteras naturales han desempeñado un papel importante en la formación de las naciones, pero no pueden definirlas. Las fronteras se mueven, pero las entidades nacionales permanecen. Armenia ha perdido el lago Van y el monte Ararat, pero sigue existiendo como Estado nación. Ningún país ha mantenido sus fronteras a lo largo de los siglos. Algunas regiones incluso se han trasladado de un país a otro, varias veces, sin perder su especificidad.
«No porque los hombres habiten ciertas montañas y ríos forman un pueblo», dijo Johann Gottlieb Fichte, «sino al contrario, los hombres viven juntos porque ya eran un pueblo por una ley de la naturaleza que es muy superior».
La idea de las fronteras naturales puede ser tan nociva como el principio de las razas. Con estas ideas, toda violencia puede justificarse, nos advierte Renan. Las fronteras y los espacios no son sagrados, están al servicio del hombre, y no es el hombre quien debe sacrificarse por su conservación.
Historia
La tierra es, pues, sólo el soporte, el sustrato, como diría Renan. Es el hombre quien encarna la razón de ser de la nación, o su alma, por retomar las palabras de su conferencia. Este hombre escribe sus afinidades y aspiraciones escribiendo su historia con una memoria selectiva centrada en una causa común. Se ve conmemorando a los mismos héroes y mártires, lo que ve como victorias y derrotas y lo que siente como alegrías, penas y sufrimientos.
Para este escrito, es necesario recordar juntos, pero también olvidar juntos. Los bárbaros sometieron a las poblaciones europeas y norteafricanas del Imperio Romano con masacres despiadadas. Pero, ¿quién menciona todavía los excesos cometidos por los invasores normandos, por ejemplo, que a su vez fueron cristianizados y disueltos en el resto de la población con la que ahora comparten una herencia y un relato histórico comunes?
Así pues, la historia como ciencia fría, que no quiere olvidar nada, pero también que proscribe todo lo que carece de pruebas concretas, es enemiga de la construcción nacional y, por tanto, un peligro para la humanidad. Porque la nación sigue siendo una necesidad. Los cambios en los sistemas políticos no pueden acelerarse más rápidamente que la evolución orgánica de las sociedades. Estas sociedades, en su estructura actual, siguen necesitando la existencia de las naciones, nos recuerda Renan en su conferencia. Son «la garantía de la libertad que se perdería si el mundo tuviera una sola ley y un solo amo».
El principio espiritual
El pueblo, que Renan llama «lo sagrado», es la base del principio espiritual que concibe la nación. Ni la geografía, ni la lengua, ni la religión, ni ninguna ideología, ni los ríos, ni las montañas, ni nada material pueden generar este valor. Es una construcción espiritual alimentada a lo largo de la historia, y que los demás componentes no hacen sino reforzar. Es una cultura y un patrimonio común que todos se comprometen a transmitir y promover. «El culto a los antepasados es el más legítimo de todos», escribe Renan, «los antepasados han hecho de nosotros lo que somos».
La nación está legitimada por el pueblo cuyo deseo encarna. Se crea para la necesidad existencial y el bienestar de ese pueblo; no es en absoluto un fin en sí misma. La nación no es una zona sagrada, ni un territorio definido por ríos o cordilleras, ni una isla, continente o península. Es la encarnación de la «conciencia moral» de un «conjunto sano de hombres», según reza explícitamente el texto de la conferencia.
Política
Con gran clarividencia, Renan reconoce que nada es eterno y que las naciones evolucionan como las sociedades y el conjunto de la humanidad. Prevé nuevas estructuras políticas, como la que denomina «confederación europea». Pero todo ello debe respetar el ritmo natural de las cosas y el derecho de los pueblos a la autodeterminación. Su derecho a la autodeterminación es algo sagrado, que trasciende cualquier consideración étnica, geográfica, lingüística, religiosa o ideológica.
Demostrar que dos o más comunidades tienen una herencia genética común y hablan la misma lengua no puede en modo alguno obligarlas a coexistir en una estructura política letal para al menos una de ellas.
«La esencia de una nación«, nos dice Renan, «es que todos los individuos tienen muchas cosas en común, y también que todos han olvidado muchas cosas». Deben ser capaces de leer su pasado y su futuro de la misma manera. Deben poder transmitir la versión de su historia romantizada y proyectar su futuro en función de sus aspiraciones y de los principios compartidos por el conjunto de la sociedad. Cualquier estructura estatal, cualquier régimen político, cualquier concepto nacional, cualquier ideología humanista que arrebate esta posibilidad es un atentado contra la libertad y el derecho de los pueblos.
Para Renan, «la existencia de una nación es un plebiscito cotidiano». Nada es inmutable. Es el pueblo, formado por seres libres, lo que es sagrado, no el país, que se supone que está a su servicio. Cuando surgen dudas sobre un territorio, hay que consultar a la población local, no a ideólogos elitistas y grandes teóricos. Cuando los principios, por nobles que sean, se vuelven mortales para un grupo determinado, han perdido toda su humanidad y se convierten en ideología.
Para leer el texto original en francés: La nation, vue par Ernest Renan (2/2)
Para leer el texto en inglés: Ernest Renan on the nation (2/2)
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