Matar a la mujer
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- 25 oct
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Actualizado: hace 4 días
Maten a la mujer, prénsenle su naturaleza carnal y su dimensión espiritual, para acabar con la familia y poder crear al individuo ideológicamente perfecto, sin ataduras, desarraigado, influenciable, vulnerable y maleable y, sobre todo, que haya perdido su apertura a la trascendencia.

Por Dr. Amine Jules Iskandar
Syriac Maronite Union-Tur Levnon
Asociado de maronitas.org
Escrito para Ici Beyrouth
Publicado el 25 de octubre de 2025
En el origen de la sociedad está la familia, y en el origen de la familia está la mujer. La sociedad se construye sobre esta célula básica que es el hogar familiar, garante de seguridad y solidaridad, proveedor de valores y transmisor del legado. Este núcleo de cohesión social, a escala de la humanidad, es el punto de mira de las ideologías liberalistas y globalistas. Para transformar al ser humano en un individuo aislado, vulnerable y, por lo tanto, manipulable, es necesario despojarlo de todos sus atributos sociales.
Del feminismo al wokismo
La desintegración de la familia se produce mediante la abolición de la autoridad encarnada por el padre, la castración de lo masculino y la supresión de la mujer, madre y centro del hogar. Sin estos dos pilares de la paternidad, la familia se desintegra, lo que provoca el colapso de toda la sociedad. Dado que la madre es portadora de lo que Hannah Arendt denominaba «la continuidad humana y las esferas naturales de arraigo (familia, tradición, natalidad)», era a ella a quien había que atacar, tras haber doblegado al hombre occidental. Esto es también lo que denuncia Pierre Manent cuando constata la amenaza contra los componentes de lo masculino, lo femenino y la familia, ya que estos, según él, constituyen la mediación necesaria entre el individuo y la ciudad.
Las teorías del feminismo radical se han exacerbado hasta tal punto que se pueden volver en contra de la mujer, ya no para protegerla, sino con el objetivo de negar hasta su propia existencia. Para estas teorías, es necesario atacar los hechos científicos. La biología se ha convertido, para lo que Jean-François Braunstein denomina la «religión woke», en un verdadero obstáculo para la libertad de identidad. Nadia Geerts, republicana, laica y feminista universalista, denuncia el wokismo que niega la realidad biológica con la intención de borrar la categoría «mujer» en nombre de la inclusividad.
La mujer es humillada y reducida al estatus de víctima eterna. Es menospreciada por lo que Pierre Valentin denomina una «forma de misoginia implícita». Élisabeth Badinter, otra figura del feminismo universalista, ve en ello una regresión de las libertades individuales cuando la mujer queda encerrada en esta postura de oprimida permanente. Esta lógica de confrontación sistemática entre los sexos absolutiza las identidades, destruyendo así la idea de un sujeto libre y autónomo. Es un conjunto de resentimientos y culpabilizaciones lo que ha llevado a Jordan Peterson a definir el wokismo como una «tiranía moral posmoderna».
La igualdad
Sin embargo, no hay ninguna duda sobre la igualdad absoluta entre la mujer y el hombre. El «Catecismo de la Iglesia Católica» (cf. 2334) recuerda que «el hombre y la mujer tienen la misma dignidad y son iguales en valor». No obstante, en el «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia», publicado en 2004 bajo el pontificado de Juan Pablo II, se especifica que esta igualdad en dignidad no refleja en modo alguno una igualdad estática, ya que «la especificidad femenina es diferente de la especificidad masculina». Y estas dos realidades no solo se complementan desde el punto de vista «físico y psíquico, sino también ontológico», nos dice el «Compendio».
Porque es en este encuentro entre ambos donde se produce la toma de conciencia del ser. Esta dimensión ontológica también es reconocida por feministas no radicales como Sylviane Agacinsky, que ve en la diferencia sexual una apertura hacia la alteridad y, por tanto, hacia el reconocimiento mutuo.
Las ideologías de la Occidente poscristiana pretenden atacar al ser humano. En «El fin de la cristiandad», Chantal Delsol muestra que se trata de fabricar un hombre nuevo desprovisto de trascendencia. Y la negación de la mujer forma parte de este proyecto de creación de un ser humano neutro, sin naturaleza, sin raíces, sin estructuras comunitarias. Asistimos a la invención de la criatura perfecta, sin ataduras, sin capacidad de discernimiento y políticamente maleable. Esta constituirá finalmente una población fragmentada y dócil, incapaz de resistencia o solidaridad, y totalmente entregada a la lógica del mercado y las instituciones ideológicas.
Como extensión natural de Occidente, el Líbano no escapa a esta triste realidad. Su sociedad, que tradicionalmente tomaba como ejemplo a la Sagrada Familia en torno a María, se está desintegrando a su vez. Este país está siendo asediado por ideologías que intentan atacar sus universidades y sus medios de comunicación a través de numerosas ONG que se adornan con nombres seductores y virtudes de inclusividad.
La familia
Hay que proteger a la mujer para salvar a la familia y, por ende, a la sociedad en su conjunto, como lugar de comunión, solidaridad y transmisión de valores y conocimientos. Sin la familia, la sociedad se convierte en un conjunto de individuos sin continuidad, sin memoria y sin futuro.
En su «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia» de 2004 la Doctrina Social de la Iglesia subraya este papel central del núcleo familiar, «prototipo de todo orden social», y lo designa como «primera célula vital de la sociedad». Reconoce «la prioridad de la familia sobre cualquier otra comunidad y sobre la propia realidad del Estado». La familia es la fuente, dice, de las primeras nociones de la verdad y del bien, y «contribuye de manera única e insustituible al bien de la sociedad». Su valor trasciende el ámbito jurídico o económico para extenderse a las dimensiones cultural, ética, social, espiritual y religiosa. Gracias a las diversas generaciones que la componen, y a través de sus personas mayores, transmite tanto el patrimonio espiritual como la herencia cultural de la nación.
La importancia del papel de la familia constituye una garantía contra los excesos individualistas y colectivistas, ya que sitúa a la persona «en el centro de la atención como fin y nunca como medio». Por esta razón, la Doctrina Social de la Iglesia sugiere que son la sociedad y el Estado los que existen para la familia.
La contracivilización
La familia es la garante de la cultura de la vida frente a la difusión de lo que la Doctrina Social de la Iglesia denomina la «contracivilización» destructiva impulsada por las ideologías ultraliberalistas, globalistas y wokistas. A través de los valores que transmite y encarna, se opone a lo que Jordan Peterson denomina la «nivelación general», que niega las diferencias biológicas, psicológicas, culturales y sociales. La familia hace frente al nihilismo, al odio hacia uno mismo y a las tendencias suicidas de la civilización.
La familia armoniza el mundo y la mujer lo humaniza. Las ideologías posmodernas y poscristianas trabajan para transformar a la mujer en una abstracción administrativa o política, provocando lo que Nancy Huston ve acertadamente como un «desencanto del mundo».
Matar a la mujer, privarla de su naturaleza carnal y de su dimensión espiritual, para acabar con la familia y poder crear al individuo ideológicamente perfecto. Este carece de toda pertenencia natural y de toda filiación. No tiene ningún vínculo, está desarraigado, es influenciable, vulnerable y maleable. Por encima de todo, ha perdido su apertura a la trascendencia.
La desintegración de la familia conlleva inevitablemente la del cuerpo social, del que es la célula primaria. La cuestión de la mujer, la madre y la familia afecta, por así decirlo, al corazón de la crisis antropológica moderna.
Para leer el texto original en francés: Tuer la femme




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