No estamos ante un etnocidio, ya que no hay aculturación de una población permanente, sino ante una sustitución de población, una sustitución que es a la vez étnica y cultural. Por estas razones, el término genocidio blanco* sería más apropiado para esta situación, aunque, en varias ocasiones, el derramamiento de sangre haya resultado necesario para lograr los grandes trastornos demográficos.
Primera parte: El genocidio blanco* 1/2
Por: Dr. Amine Jules Iskandar
Syriac Maronite Union-Tur Levnon
Asociado de maronitas.org
Escrito para Ici Beyrouth
Publicado el 11 de junio de 2023
Si en los albores del siglo XX los genocidios se llevaban a cabo con sangre o mediante hambrunas, los de principios del siglo XXI se llevan a cabo mediante la financiación encubierta, o al menos irresponsable, de movimientos de población. No era necesario matar al millón y medio de asirio-caldeo-siríacos de Irak. Bastó con secuestrar o asesinar a unos cientos de ellos para empujar al éxodo al resto y acabar con una civilización y una cultura de varios miles de años de antigüedad. El mismo proceso tuvo lugar con los 2 millones de cristianos de Siria.
Guerra militar y económica
En el Líbano, el proceso debió de ser más complicado en un país donde los cristianos constituían la mayoría y se beneficiaban de una organización muy avanzada. Hubo que combinar todo tipo de métodos, desde el derramamiento de sangre de Damour y el puerto de Beirut hasta el empobrecimiento forzoso, pasando por quince años de masacres y bombardeos sirios en zonas residenciales cristianas, treinta años de ocupación en favor de las milicias pro-iraníes, la descomposición y desaparición de las instituciones, la economía, la sanidad, la educación y la seguridad y, por último, el ahogamiento del país en una marea desproporcionada de supuestos refugiados mantenida de forma antinatural por la inyección de miles de millones de dólares.
Los libaneses (de todas las procedencias) mueren a las puertas de los hospitales, mientras que los sirios reciben plena cobertura médica de la comunidad internacional. Las escuelas se vacían de alumnos mientras se construyen otras nuevas para los sirios, cuya población se dispara. Los libaneses ya no pueden pagar sus necesidades más básicas, como el agua y la electricidad, que se suministran gratuitamente a los sirios, con vales de supermercado para colmo. Esta ayuda, cuando menos discriminatoria, continúa mientras la milicia ocupante (Hezbolá) sigue desnudando al país en todos los niveles, acelerando la emigración de los jóvenes.
El empobrecimiento artificial y el éxodo ilimitado de la juventud cristiana conducen inevitablemente a la desaparición de un grupo nacional, de su cultura y de su patrimonio milenario. Mientras tanto, Hezbolá sigue colonizando el campo, las montañas y los barrios cristianos, habiendo destruido sus instituciones y apoderándose de los servicios públicos, los ministerios y todo el funcionamiento del Estado. El genocidio blanco* se lleva a cabo sin derramamiento de sangre, pero el resultado final es el mismo, ya que suprime una cultura y aniquila a un grupo nacional.
Control de la natalidad
En términos de derecho internacional, no podemos dejar de considerar la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, adoptada en 1948 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, y el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, adoptado en 1998.
En el artículo 2 de la Convención y en el artículo 6 del Estatuto de Roma, el delito de genocidio se define como una serie de actos «cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso». Pero ambos documentos incluyen también «las medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo».
En 2023, el número de cristianos residentes de entre 20 y 45 años se reducirá drásticamente, y para los jóvenes libaneses de todos los orígenes que permanezcan en su país será imposible fundar una familia. Actualmente, seis de cada siete nacimientos en el Líbano son de sirios. Aunque por «medidas destinadas a impedir los nacimientos», el apartado [d] del artículo entienda limitaciones de carácter biológico y no económico, el resultado sigue siendo sombríamente el mismo para los libaneses. Este criterio debería plantearse ante las instancias internacionales, si no queremos poder reivindicar el etnocidio o genocidio cultural mencionado por Raphaël Lemkin, pero no incluido en la definición jurídica de la Convención y del Estatuto de Roma.
Relativismo jurídico
En este sentido, no estamos ante un etnocidio, ya que no hay aculturación de una población permanente, sino ante una sustitución de población, un reemplazo étnico y cultural. Por estas razones, el término de genocidio blanco* sería más adecuado a esta situación, aunque en varias ocasiones el derramamiento de sangre haya resultado necesario para lograr importantes trastornos demográficos, como en el caso del litoral maronita que se extiende entre Saída y Beirut, o la explosión del 4 de agosto de 2020, que acabó por sacudir la demografía del litoral septentrional.
El concepto jurídico internacionalmente reconocido deja muchas zonas grises. Esta ambigüedad hace que sea más fácil llevar a cabo limpiezas étnicas que no se consideren genocidio, y mantener así la conciencia tranquila. Así, las masacres parciales de ciertas poblaciones, obligando al resto a conversiones forzosas o a un éxodo generalizado, sólo se reconocen como genocidio en los casos en que se acredita la voluntad de hacerlo y los cálculos para lograrlo.
Además, este reconocimiento no se refiere a la parte de la población eliminada por la emigración y la disolución, sino sólo a la parte aniquilada física y biológicamente. Y esta última debe ser sustancial, en proporción al tamaño del grupo. Todo se deja al juicio subjetivo de los jueces, ya sea la voluntad del genocida o el número de víctimas.
Un genocidio propio
Todas estas acrobacias de clasificación y terminología, entre genocidio, etnocidio, genocidio cultural, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, constituyen un laberinto de virtuosismo jurídico-diplomático que permite que lo que ocurrió con las poblaciones indígenas de América y Australia se duplique hoy con la sustitución de poblaciones por otras.
Los genocidios contemporáneos están limpios. Se llevan a cabo bajo lemas nobles como los derechos humanos y los derechos de los refugiados. Se llevan a cabo manipulando y controlando los sistemas bancarios y los visados de emigración. Y cuando el derramamiento de sangre resulta inevitable, los equipos de limpieza se apresuran a llevar a cabo su tarea en los medios de comunicación internacionales, pero también sobre el terreno, como con las excavadoras en Damour, o la visita relámpago del Presidente francés tras la explosión del 4 de agosto de 2020. Mientras tanto, las familias libanesas siguen desperdigadas por los tres continentes de Occidente mientras se vierten miles de millones de dólares en su sustitución.
El futuro podrá hablar algún día de esta injusticia asesina y hacer que la comunidad internacional se sienta culpable. Pero ¿de qué servirá eso si una entidad milenaria ya ha desaparecido del mapa de Levante?
* «Genocidio blanco» no se utiliza aquí en su reciente definición de «genocidio contra los blancos», sino que significa «genocidio sin derramamiento de sangre», ya sea por emigración o asimilación.
Para leer el texto original en francés: Le génocide blanc* (2/2)
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