Las historias reales de las familias libanesas se mencionan de forma sucinta o detallada en antiguos manuscritos. Pero al estar escritas en caracteres siríacos, resultaron indescifrables para los libaneses del siglo XX. Con el tiempo y la aculturación, se desarrollaron teorías carentes de toda base científica.

Por: Dr. Amine Jules Iskandar
Syriac Maronite Union-Tur Levnon
Asociado de maronitas.org
Escrito para Ici Beyrouth
Publicado el 28 de noviembre de 2022
En un artículo anterior, enumeramos los diferentes grupos de antropónimos relacionados con el Monte Líbano. Un primer grupo se refiere a las terminaciones en «El», referidas a Dios en fenicio, como Miguel, Gabriel, Chárbel o Daniel. Un segundo grupo es el de los nombres siríacos de origen griego terminados en «Os», como Andraos, Kiryllos, Marcos o Ignatios. Por último, hay nombres sin sufijos particulares, pero cuya identidad siríaca se revela por su significado, como Yammine (el justo), Ferzle (trabajador del hierro), Chalhoub (flama), Qordahi (trabajador del metal) o Keyrouz (predicador).

Nombres en árabe
Con el periodo mameluco, que encarna el primer genocidio en el Líbano, los nombres árabes entraron en la sociedad y se transformaron posteriormente en patronímicos cuando las familias se separaron en diferentes ramas. El patriarca Esteban Douaihy cuenta que los cristianos, traumatizados por los asesinatos perpetrados por los mamelucos, comenzaron a poner a sus hijos nombres árabes con la esperanza de mantenerlos fuera de peligro.
Como señaló Amin Maalouf en Le rocher de Tanios (La roca de Tanios), esta costumbre se desarrolló principalmente en los círculos elitistas, mientras que el campesinado seguía siendo fiel a los nombres de los doce apóstoles, santos y profetas del Antiguo Testamento. Qoriaqos, Kiryllos, Antonios, pero también Daniel, Elychaa (Elíseo) o Achaaya (Isaías), se hicieron característicos del pueblo llano, mientras que la nobleza se decantó cada vez más por los nombres árabes. Este fenómeno se acentuó en el siglo XIX cuando los príncipes Chehab, al convertirse al cristianismo, optaron por mantener el repertorio familiar anterior. El nombre árabe se convirtió así en sinónimo de nobleza.
El título de jeque
Con el fin de la opresión mameluca y el comienzo del periodo otomano en 1516, los cristianos pudieron volver a desplegarse en las regiones del sur y reconstruir sus pueblos devastados. Por ello, los otomanos no buscaban un gobierno directo, sino que empleaban a familias locales que servían de intermediarios para la recaudación de impuestos. Estas familias recibían inmediatamente el título de «jeque», aunque fueran cristianas.
Con el tiempo, la nobleza así creada trató de legitimar sus títulos, en este caso el de jeque, intentando recurrir a las fuentes árabes. Así, varias familias, entre ellas los Khazen, Gemayel, Hachem, Dahdah, Assaf, etc., inventaron orígenes que se remontan a veces a la tribu del Profeta del Islam. Para tener una idea concreta de este curioso fenómeno de falsificación, tomamos como ejemplo el caso de la familia Hashem de Aqoura.

La falsificación de la historia
Algunas versiones infundadas hacen que se remonte a la tribu del profeta, o a Hashem al-Ajamy, a quien el emir turco Mansur Assaf había confiado el gobierno del país de Jbeil. Sin embargo, los patriarcas maronitas nos cuentan algo muy diferente en sus crónicas. El patriarca Pablo Massad menciona al diácono Tomás del Monte Líbano como antepasado de esta familia.
Por miedo a los mamelucos, cuenta el patriarca Esteban Douaihy, el diácono Tomás eligió nombres árabes para sus hijos. Los llamó Ayoub y Fadoul. El patriarca cuenta que, en 1534, estos dos hermanos se instalaron en el monasterio de Mar Adna, sede episcopal de Ain-Qoura (Aqoura). Al haber gestionado bien los asuntos de la aldea, el delegado del wali de Damasco les concedió el título de jeques. Ayoub tuvo entonces tres hijos a los que llamó Hashem, Daher y Raad. Hashem se convirtió en el jefe de la familia, que acabó llevando su nombre con el título de jeque. Los miembros de esta familia son, por tanto, descendientes del diácono Tomás y nunca habían llevado el nombre antes del siglo XVI.
Historias modestas
Otro ejemplo sería el de los Abillama, que, según Fouad Ephrem Boustany, no fueron en absoluto introducidos en el Líbano. Sospecha que se trata de una familia local de fe siríaca jacobita que se pasó a la religión drusa y