HISTORIA DE LA IGLESIA MARONITA
Por: Alberto Meouchi
La historia de la Iglesia Maronita comienza, propiamente, con la presencia de los primeros cristianos y, en concreto, con la llegada del apóstol Pedro (s. I) a Antioquía para fundar una comunidad de fe después de Pentecostés. El libro de los Hechos de los Apóstoles recoge algunos momentos claves de sus orígenes, que, sin embargo, al ser común a toda la Iglesia Católica, pasan inadvertidos como elementos históricos de la Iglesia Maronita, pero que son, en sentido estricto, parte de su historia.
Para poder esquematizar su historia y exponerla con suficiente brevedad, la clasificaremos en seis períodos –y estos muy resumidos– de su vida:
1. Período apostólico (s. I).
Antioquía, por ser una gran ciudad de la época, permitió que los primeros cristianos se asentaran ahí. La persecución de Herodes Agripa contra los cristianos fue un factor importante para inmigrar a Antioquía. Antes de la llegada de Pedro (ca. 44; cf. Gal 2, 11) había ya en ella presencia cristiana (p. ej.: Nicolás, uno de los siete diáconos, era un prosélito de Antioquía [cf. Hch 6, 5]).
A causa de la presencia de san Pedro en esta ciudad, esta sede ha sido considerada como una de las sedes petrinas. Fue allí donde, por primera vez, se llamó “cristianos” a los discípulos de Cristo (cf. Hch 11, 26), y fue un obispo de esta sede, san Ignacio de Antioquía († ca. 116), quien apodó a la Iglesia del Señor como “Iglesia Católica” (cf. Smyrn. 8, 2).
Antioquía era un lugar de encuentro entre la cultura griega y la civilización del Oriente, con lo cual se generó un fenómeno que, hasta la fecha, ha caracterizado a los maronitas, el ser la vinculación entre Occidente y Oriente. En efecto, en los primeros siglos de nuestra era, Antioquía vivió un ambiente cultural en que se orientalizó lo griego y se helenizó lo oriental.
Al ser una de las tres ciudades más grandes del Imperio Romano, y uno de los mayores centros comerciales de la antigüedad, Antioquía veía la entrada y la salida de toda clase de personas –con sus culturas, religiones, etc.– haciéndola una ciudad abierta y adaptable a las novedades (el cristianismo, en este sentido, era una novedad). Otra factor de primer orden, de la ciudad, fue la presencia de una extensa y antigua comunidad de judíos, la cual no mostraba una particular hostilidad contra los gentiles, como ocurría en Jerusalén (cf. Hch 6, 11-14), por lo que en las prácticas religiosas los gentiles eran atraídos por sus ceremonias, pues encontraban, en el judaísmo, la fascinación del monoteísmo y de una buena moral que no encontraban en el paganismo. El hecho además de poder leer la Biblia en su idioma (i.e. en griego) propiciaba también el interés por el judaísmo. Todo este ambiente facilitó la introducción del cristianismo (cf. Hch 10, 2. 22. 35; 13, 43; 14, 1; 16, 14; 17, 4.17; 19, 7). Los mismos conversos judíos y gentiles, aunque presentaron dificultades serias con temas del cumplimiento de la ley mosaica (por ej. la circuncisión, comer determinados alimentos, etc. [cf. v.gr. Hch 15; Rm 3; Gal 2, 11ss.; etc.]) convivían mutuamente y celebraban la misma fe.
Cerca del año 40 los discípulos de Cristo fueron llamados aquí, como hemos dicho, “cristianos”. La palabra aparentemente fue adoptada por las autoridades romanas de la ciudad cuando se vieron en la necesidad de describir oficialmente a este grupo de personas distinto al de los judíos. Tal designación debió haber sido necesaria en un lugar tan multicultural como Antioquía. Este hecho, que pudiese ser insignificativo, es, sin embargo, relevante para los maronitas, pues refleja el contexto de su gestación. Por una parte se especula que el apodo de “cristianos” fue un término despectivo –por ejemplo Beresford Kidd dice: “porque los antioquenos eran rápidos en los apodos, y con esto querían burlarse de los «soldados de Cristo», ya que los cristianos luego echaban la burla a los paganos llamándoles «gentiles»–, así también los maronitas recibieron su despectivo apodo por desprecio de su condición de fidelidad al papa: eran los discípulos de san Marón fieles a Roma. Pero, por otra parte, también se ha argumentado que fueron los mismos cristianos quienes se autodenominaron “cristianos” –así lo dice, por ejemplo, Elías Bickerman quien, analizado el verbo χρηματίζμ “negociar”, opinaba que los cristianos, para confesar en secreto su identidad de discípulos de Cristo, usaban ese término que significaba subrepticiamente “cristiano” y no “negociante”; o el cronista de Antioquía Juan Malalas († ca. 578), quien atribuyó –cf. PG 97, 377– el nombre de “cristianos” al obispo Evodio († ca. 83), sucesor de san Pedro en Antioquía (Evodio fue obispo de Antioquía del ca. 54 a ca. 83), y así se ha especulado, también, que quizá los cristianos de Beit Maron se autodenominaron “maronitas” para confesar su identidad de fidelidad al papa (i.e. caldeonianos) frente a las herejías de su época. Aquí lo que queremos resaltar, sin ánimo de dogmatizar, es que el origen del apelativo “maronitas”, pudo haber obedecido a la misma lógica de la que surgió el nombre de “cristianos”, por la forma de pensar de los antioquenos. Tómese también en cuenta el hecho de que la única iglesia sui iuris de la Iglesia Católica que recibe el nombre de una persona (i.e. san Marón) es la Iglesia Maronita, y no lo toma de un lugar o de un idioma o de una raza como todas las demás (v. gr., iglesia latina por el idioma latín, iglesia copta por el idioma copto; iglesia armenia, por Armenia; iglesia caldea por la región de Caldea, etc.).
Otro aspecto ha considerar de los comienzos de la iglesia en Antioquía, que tiene también su homologación con la tradición maronita, es que en ella no se constituyó, desde el principio, una organización eclesiástica como ocurrió en Jerusalén, sino que se configuró como una providencia divina en su historia. Por ejemplo, no se mencionan en un inicio como títulos antioquenos el de presbíteros o ancianos (πρεσβύτεροι), sino el de profetas